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Monseñor Isidro Puente y sus recuerdos del Seminario Misional de Nuestra Señora de la Paz. Última Parte.
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En ese marco había formadores.
Nuestros mentores.
Mis recuerdos vuelan primero a los Maestros. El padre Benjamín García (recién ordenado entonces y ahora en el 2015 activo en la Parroquia del Espíritu Santo) nos dio latín y era nuestro Padre Espiritual junto con el padre Gregorio Alfaro y el padre Joaquín Madrigal que había sufrido una embolia; el padre Alfonso Chee Fimbres nos visitaba frecuentemente y nos animaba siempre al encontrarnos.
El padre Pedro Vera Olvera, Vice-rector no nos dio clases, pero nos predicaba; era maestro de los grandes. El padre Salvador Gómez Aguado nos dio matemáticas, el padre Miguel Valdés Sánches nos daba inglés.
El peso de las clases lo llevaban los Fréres: el Frére Máximo Gutiérrez, Reynoso, Curiel, González Antillón, pero quien más nos estaba cercano era el Frére Manuel Romo (ahora Sacerdote en Ensenada), para nosotros el Frére Romito, por su estatura. Hubo otros que no recuerdo en este momento.
Tenían su vida de comunidad religiosa y su adoración eucarística personal. Se turnaban para nunca dejarnos solos. Nunca faltaba uno de los Fréres en los actos de comunidad, siempre a nuestro lado para corregirnos y ayudarnos. Nos daba gusto oírlos cantar en su Adoración de Comunidad de Formadores.
Nuestros últimos dos años en el Menor.
En lugar de los Fréres vinieron a ejercer el Magisterio los Seminaristas Mayores nuestros, diocesanos: les decíamos Padres, pero eran solamente Minoristas (tonsurados algunos nada más, otros con las Cuatro Órdenes Menores: Ostiarios, Exorcistas, Lectores y Acólitos): Félix Ruiz Sandoval, Alfonso Sánchez, Jesús Cabrera Tapia, Alejandro Vargas, Fortunato Almada, José Silva, Salvador Díaz Mercado y tal vez otro que no recuerdo.
Fue otra época más nuestra, sin embargo los Superiores siguieron siendo los Padres Misioneros del Espíritu Santo. Se preparaba el cambio de Vicariato Apostólico a Diócesis ya no dependiente de la Congregación De Propaganda Fide. Era natural que hubiera cambios.
Se llena el Seminario.
El número de alumnos crecía (se mandaban cada año a Roma y a Montezuma, Nuevo México) y ya no había lugar, de manera que el Cuarto Año de Latín tuvo que mandarse a las instalaciones del Seminario Mayor al Cerro Colorado.
Sin embargo se preparaban los nubarrones de futuros torbellinos que acabaron con generaciones y generaciones de Sacerdotes y Seminaristas, algo general, en toda la Iglesia, en todo el mundo (lo que es consuelo de tontos por ser mal de muchos).
Unos pocos años más y ahí naufragará mi grupo y casi todos los grupos arriba y abajo, de manera que a varios nos cruzó después por la mente el mal pensamiento de que tal vez se apresuró un parto que debía haber sido natural y no cesáreo: “qui legit intelligat”.
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Un día ordinario.
Horarios.
Los años de 1959 a 1963 pasaron felices y veloces en la casa de Dios. Levantada a las cinco y media, aseo personal y de dormitorio en silencio estricto, Oraciones de la Mañana, Examen de Conciencia de Previsión para prever las ocasiones de quitarnos un defecto o adquirir una virtud, Meditación predicada por uno de los Fréres y algunas veces por alguno de los Padres (principal instrumento de nuestra formación), Santa Misa Tridentina dialogada en Latín con mucha participación, Acción de Gracias y Desayuno con Lectura Piadosa. En el mes de Mayo quienes habiendo hecho todo bien llegasen primeros a la Capilla recogían Estampitas de la Santísima Virgen.
A continuación Aseos de Casa con Inspector (Carlos Díaz, “el Chamuco”) que no nos toleraba cosas a medias. Seguía Estudio preparatorio, Clase y Deberes, o simplemente Clases toda la mañana con intermedios de cinco minutos.
Oraciones y lectura en comedor.
A las seis de la mañana, doce del día y seis de la tarde rezábamos el Ángelus en latín. Antes de comer teníamos la Visita al Santísimo y el Examen de Conciencia General y Particular de toda la mañana, para revisar lo planeado en el de Previsión en la mañana.
Salíamos en filas y en silencio, rezando interiormente y seguía la Comida con Lectura de Historia o de algún libro interesante que nos dejaba con ganas de que no se acabara: Julio Verne, Emilio Salgari, Manzoni, Figuras y Episodios de la Historia de México, etc.
En filas regresábamos rezando en voz alta el “Benedícite omnia ópera Domini Dómino” a la Capilla para cantar el Tantum Ergo y la Salve Regina.
Largas tardes bien empleadas.
A continuación el Primer Recreo con deporte, aseos, estudio o clase y luego Segundo Recreo con deporte y baño. Estudio y Santo Rosario con el Santísimo expuesto solemnemente y con rato de Adoración en silencio mientras había Confesiones para quienes nos apuntábamos con el encargado que nos iba llamando en orden.
Venía la Cena, también con lectura agradable y en silencio. La comida era de tropa, pero abundante y de vez en cuando con algún postre o pan dulce. Teníamos luego Recreo sin deporte en el Patio Interior y podíamos comprar golosinas: era cuando venía el Señor Obispo y los superiores.
Dormir temprano.
Al final Oraciones, Examen de Conciencia General y Particular, la Salve de Monserrat todos formados alrededor del Patio Central y Gran Silencio hasta después del Desayuno. Quien hablara en gran silencio tenía expulsión inmediata y hubo casos en que eso se cumplió. Solamente así se podía gobernar tal ejército y nosotros lo entendíamos como valor aceptado. Ahora lo entiendo mejor y lo apruebo. Dormíamos como lirones y no había relajo en dormitorios. Cuando lo hubo ya fue el final de todo, pero a mí no me tocó.
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Curso Previo y Tres años de Latín.
Los años de Latín.
Para quienes ya habían decidido su vocación y no buscaban un apoyo para después salirse y emprender otra vida, para nosotros que desde que nacimos queríamos ser Sacerdotes, había felicidad. El equivalente de la Secundaria y Preparatoria que se daba en el Seminario en ese entonces superaba con creces cualquier programa oficial nuestro y extranjero.
Se estudiaba por convicción, con método y muchas horas, sin distracciones, en claustro y vida común con los maestros y catedráticos que vivían con nosotros, entre nosotros, con competencias y Lecturas de Notas que eran un acicate y no provocaban complejos (como la moderna pedagogía quiere hacer creer), sino animaban a superación.
Se llegó a hablar de una “Época de Oro”.
Los resultados eran prometedores: se leía la Liturgia en latín y el Seminario Misional, que contaba con tan pocos sacerdotes iba agigantándose intelectualmente al cumplir su Jubileo de Plata: había número, orden, limpieza, silencio, puntualidad, obediencia, piedad, alegría.
Se cumplían las palabras del padre Francisco Javier Esparza que escribió para el Himno: “Del Seminario a la sombra generosa, temple de acero nuestra alma cobrará, y de cadete el corazón será una espada, que California a Cristo entregará: Praesto Sum sea nuestro lema, Praesto Sum sea nuestro ideal”.
Al escuchar a mis antiguos compañeros y a muchos otros exalumnos que siempre hablan de esos años con una nostalgia profunda y con el corazón vibrante, a veces hecho pedazos, no puedo sino estar de acuerdo en que fueron años afortunados que objetivamente no se han repetido ya.
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La quinta casa.
El Seminario Mayor del Cerro Colorado.
Se escogió según la tradición eclesiástica en un lugar apartado (facilitado en parte por Don Agapito y su Esposa) en ese entonces fuera “del mundanal ruïdo” según Fray Luis de Granada, y se quiso construir el edificio en forma del debido Claustro, cuadrado con Patio Interno como siempre se había hecho para propiciar el recogimiento. No se terminó así.
Se hablaba de fraudes en la construcción en 1963 cuando nuestro grupo “pasó al Mayor”. El edificio no ha sufrido muchos cambios, pero sí añadiduras y el gran salón arriba del antiguo comedor que debía haber sido la biblioteca nunca lo fue.
En aquel entonces estábamos en medio del campo y subíamos el Cerro Colorado hasta corriendo. Mucho deporte y también Catecismo los Sábados por la tarde después de comer hasta la Hora Santa. Me tocó dar catecismo con el ahora Sr. Cura padre Pedro López y con Gabriel Alcántar en la Iglesia de la Colonia Buena Vista.
Para entonces se había quitado ya la granja que llevó adelante por último el padre Iguíñiz de los Misioneros, quien también un tiempo fue Director del instituto Cuautlatóhuac frente al Seminario Menor.
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El Cuarto Año de Latín de 1959.
Algo anda mal.
De cerca de 46 compañeros que entramos ya éramos poco menos de la mitad. Eran otros los aires que soplaban. Nuestros superiores eran solamente dos: el padre Gustavo Machuca y el padre Salvador Carasa, ambos Misioneros del Espíritu Santo. El vicerrector era ya el padre Juan Manuel Gutiérrez, hermano mayor del padre Luis, mi párroco de Guadalupe (ahora Catedral).
Maestros fueron ahora sí el padre Gregorio Alfaro que nos daba Apologética y Griego, el sr. Palacios (abuelo del padre Armando Palacios Angulo) que nos daba inglés, un ingeniero que nos daba física y álgebra, el padre Salvador Carasa que nos daba Latín, el padre Juan Manuel Gutiérrez que nos daba Doctrina Espiritual y otros.
Se podía estudiar mucho si queríamos, pero ya la “carrilla” en nuestro grupo se estaba pasando de la raya, todo mundo “echaba relajo”. La disciplina desapareció y se avistaban tiempos peores.
Por salir un Jueves.
Fue ese año cuando Monseñor Galindo y Mendoza estaba convaleciente de otro ataque al corazón en el Hospital del Carmen. Un Jueves, día de salida opcional al centro, fuimos a verlo y después de bendecirnos, me pidió que me quedara solo con él para decirme que vinieran mis padres a verlo.
Me dijo que me iba a mandar a Filosofía a Roma. Le dije que mejor mandara a otro y me respondió que no me estaba preguntando, sino que llamara a mis papás, pero con un tono de padre amoroso como siempre fue con nosotros los seminaristas. Me dijo que no lo dijera a nadie y así lo hice. Pero fue un secreto a voces, pues todos de alguna manera al ver que me quedaba, intuyeron el asunto.
En el Colegio Urbano De Propaganda Fide.
El mes de Octubre 1964, con mis diecisiete años cumplidos, ya en Propaganda Fide (cerca del ahora Mons. Eduardo Áckerman, Félix Ruiz, Quirino Casas y Jesús Cabrera Tapia y no muy lejos del P. Miguel Ángel Coronado) todo cambió: un año de disciplina antigua y once de terrible lucha postconciliar.
Con tristeza recibía noticias de las defecciones de los catorce compañeros que dejé en Tijuana. Al venir a mi Cantamisa en 1971 quedaba Enrique Rodríguez de Minorista y José Luis Barraza de Diácono. En Junio de 1976 a mi regreso definitivo no quedó nadie.
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Esperanza de externos e internos.
De los grupos que posteriormente desparecieron, algunos enteros, y de mi magisterio en el Seminario Mayor y Menor no tratamos aquí. Me abstengo de juicios de valor.
Deseo de corazón a Superiores, Maestros y Alumnos que puedan cumplir su misión según la voluntad de Cristo Sumo y Eterno Sacerdote para este pueblo, agobiado y cansado, a veces hastiado de mediocridad y maldad y que necesita Sacerdotes Santos y Sabios “que California a Cristo entregarán”, misión que no es nada fácil si se quiere hacer como se debe.
La numerosísima lista de exalumnos y exsacerdotes creo que comparten este criterio, algunos con justificada amargura: queremos formadores de héroes en ciencia y virtud, o todo o nada. ¡Dios los ayude!
Tijuana, Baja California a 28 de Octubre del 2015.
Monseñor Isidro Puente y sus recuerdos del Seminario Misional de Nuestra Señora de la Paz. Tercera Parte.
El ala del callejón.
El corredor Sur.
El lado Sur en la planta baja tenía ventanas únicamente al amplio corredor interior del Patio Central del Seminario y comprendía un pequeño salón muy oscuro, las escaleras con la Imagen de la Santísima Virgen de Guadalupe, donada por los Jóvenes de la Acción Católica de Mexicali, y debajo de ella el depósito de utensilios de limpieza (cada uno en su lugar y con su número) y dos salones de regaderas y lavabos.
Luego el terreno se ampliaba hasta el callejón que está entre la calle Ocampo y Negrete y con ventanas a él, el Dormitorio de los chicos, luego la puerta del Refectorio o Comedor muy amplio en el interior, y la Cocina donde podíamos entrar únicamente cuando nos tocaba preparar los sándwiches para paseos cortos: era el reino de las Madres.
Biblioteca sacrificada.
La planta alta Sur tenía la Biblioteca, bien surtida con libros en latín y castellano y que fue tirada o quemada por 1964 para dejar paso a una “sala de lectura con revistas”. El pobre Alejandro Villalpando, chofer perpetuo de esos años, me decía que tenía órdenes estrictas del Ecónomo y que no podía acceder a mis súplicas de llevar el cargamento de esos “pick-ups” a casa de mis padres para salvarlos: comenzaba contra el latín y lo antiguo un espíritu espurio que después se llamaría “del Concilio” (como pretexto).
Ahí, un poco a oscuras, pues como dije, las ventanas daban únicamente al corredor interno, estaban las máquinas para aprender mecanografía que corrieron la misma suerte de los libros.
Nuestro primer salón.
En ese segundo piso después de las escaleras ya descritas estaba un salón amplio con tragaluz, el nuestro ese primer año, donde nos daba Geografía Monseñor Galindo Mendoza con anécdotas interesantísimas de sus viajes, tal vez antes y durante la Primera Guerra Mundial, pues nos decía que se tuvo que quedar en España algunos años y que ahí estuvo enfermo.
Cuando algunos años después Monseñor Galindo sufrió varios ataques al corazón pasó tiempo en Duarte, California en un Hospital de las mismas Madres Carmelitas del Colegio Progreso. Al regresar recuerdo que lo subíamos en una Silla Gestatoria al segundo piso para llegar a su celda.
El dormitorio de los grandes.
Después del salón y ya largo y con ventanas al callejón estaba el Dormitorio de Los Grandes. Todas las camas tenían sobrecamas del mismo color. Mientras unos se aseaban, otros sacudíamos sábanas y cobijas y tendíamos las camas, todo en perfecto y gran silencio.
Nos despertaban con un sonoro “Benedicámus Dómino” y respondíamos “Déo Grátias” y luego la “Salve, Regina” y debajo de las cobijas todavía acostados nos cambiábamos y poníamos el pantalón (y lo mismo al acostarnos) y luego íbamos a lavarnos a la planta baja, todo con modestia y respeto. Nos preparábamos a la Sagrada Comunión.
La Capilla.
Seguía luego la Capilla, que hasta el año anterior había sido el Salón de Estudio y que había sido construida, según nos decían con uno de tantos premios de lotería que había sacado Monseñor Modesto Sánchez Mayón, párroco de Loreto en Baja California Sur, que siempre compraba boletos de lotería para reconstruir Misiones.
Tenía ventanas al fondo y a los lados por encima de los techos adyacentes. El altar y retablo estaba de tal manera que no obstruía las ventanas. Atrás del altar estaba la pequeña sacristía. Recién llegado me tocó ser ayudante de Antonio Miramontes en esa sacristía y ahí me di cuenta de la ventaja que tenían sobre mí casi todos mis compañeros que fueron acólitos de pequeños.
Sacristanes.
Me entrené a costas de la paciencia de Antonio y después me pusieron de ayudante de sacristía del Santuario y me tocaba abrir la Iglesia para la Misa de cinco y media. Gocé mucho esos cargos, pues me tocaba dirigir el Santo Rosario desde el púlpito de madera labrada que ahora en pedazos está en los ambones por ahí.
Si teníamos buena caligrafía nos ponían a apuntar Confirmaciones todos los Domingos y a apuntar Bautizos que eran diarios y ahí a veces hasta bolo nos tocaba. Fueron años ya de gradual introducción al apostolado, pero siempre bajo la vigilancia de los Superiores.
Inicios de pastoral.
Creo que el segundo año los padres Enrique Navarro (que estaba lastimado de la columna por el accidente de la Cuesta del Tigre) y Juan José Cruz Mora, vicarios del Sr. Cura Luis Gutiérrez, de la Parroquia de Guadalupe en el tiempo de mi primera semana de vacaciones en familia, en Agosto de 1960 pidieron ayuda y los Superiores me mandaron con ellos a explicar en castellano las Misas que eran en Latín.
Me cupo la suerte de ir a lo que es ahora el Ejido Matamoros, a Rosarito, a Santa Teresa en la Colonia Gabilondo, al Cañón de la Pedrera en un granero y a otras Capillas. Recuerdo que iniciaban los cantos de la famosa Misa Comunitaria y los aplicábamos para que participara el pueblo.
Esas dos semanas de vacaciones en familia se iniciaron, creo, en 1958, y se entregaba al Párroco una carta de los Superiores para que diera informe de nuestra conducta y asistencia a Misa y al Rosario.
Me tocaron vacaciones con el ahora padre Jesús Aréchiga, que era mayor y recuerdo un paseo con todos los Seminaristas, acólitos de la Parroquia y con los padres vicarios al Potrero, California al norte de Tecate donde había un lago y alberca.
El lado Oeste del claustro.
El Aula Magna.
Terminaba el lado Sur en la planta alta un salón de clases muy largo y estrecho, que la hacía de Aula Magna, con ventanas que daban al callejón y al Gran Patio de Estacionamiento del lado Oeste: ahí se tenían las Lecturas de Notas Mensuales. Era un acto solemne con asistencia de todos los superiores y alumnos y al leer las calificaciones y notas de conducta de cada grupo nos formábamos adelante los primeros lugares y atrás los últimos.
La Congregación Mariana.
Al irse Antonio Escobedo con los Religiosos y dejar vacante el puesto, ahí me nombró el padre Pedro Vera prefecto de la Congregación Mariana, poniéndome sin experiencia por encima de los grandes y siendo a la vez sacristán del Santuario.
Lógicamente expulsé de la Congregación a varios por su mala conducta, actuales grandes personalidades, y los efectos fueron catastróficos, pues en la Capilla sin estar yo presente (estaba componiendo la cuerda del Campanario en el techo del Santuario en ese momento) el Señor Obispo los hizo salir.
Al llegar yo encontré a los expulsados sentados en una banqueta del patio y yo sin saber nada. Pero fueron buenos conmigo, pues entendieron mi falta de experiencia y en cierto modo mi rectitud un poco ciega. Los Superiores ya no podían con ellos; yo solamente los expulsé según los Estatutos.
Otros lugares.
Enseguida venía la escalera externa, lugar preferido para estacionarnos a platicar y respirar en los breves momentos de intermedio. Seguían siempre en la planta alta hacia el Norte un salón de clases largo y al fondo un salón cerrado que tal vez fue sacristía antes de 1959 y en nuestros tiempos se usaba como cuarto de los Colectores de Limosna, donde contábamos el dinero.
Por el lado interno en el segundo piso estaba la Ropería nueva, antigua Capilla que todavía conservaba un arco o media cúpula arriba de lo que fue el Altar. El cambio obedeció a que entramos muchos ese año, de los cuales tristemente sólo llegué yo al Sacerdocio.
El lado Oeste tenía en el segundo piso un corredor interior más bajo que el lado Sur y Este: tres escalones que aún subsisten con su pasamano metálico. Me acuerdo que al llegar por primera vez de Ensenada y estar en la Meditación en la nueva Capilla me puse mareado y me sacaron a sentarme en esos escalones.
En esos corredores nos formábamos por estaturas los cuatro grupos del Seminario Menor: según crecíamos nos cambiábamos de lugar. Había precisión militar en los movimientos y mucha rapidez para ganar tiempo de estudio.
Comedor de los Padres.
En la planta baja de Sur a Norte estaba el Refectorio de los Padres donde comía el Señor Obispo con todos los Superiores, casi siempre con lectura que hacía uno de nosotros y donde ser mesero era un cargo apetecible porque a menudo nos regalaban con postres. En el Seminario Mayor era tradición que los Superiores comieran no aparte, sino al frente de los alumnos, así era también en Roma.
Seguía un vestíbulo muy elegante con puertas de madera y vitrales que comunicaban con el Refectorio de los alumnos, y rejas con vitrales que daban al Patio Exterior. Por ahí salíamos al son marcial de la música con nuestros uniformes deportivos de pantalón largo y con camisa de cuello para las competencias deportivas del quince de Agosto.
Seguía el pequeñísimo Refectorio de las Madres, ya en Clausura, y la Cocina, que tenía torno hacia el Refectorio para no ver el interior y puerta hacia el corredor que conducía al patio interior y la separaba de la Despensa, con ventana al Patio externo y del Dormitorio de los Medianos (donde el primer año me tocó dormir, ahora en la segunda litera a la derecha, siempre arriba) con ventanas al Patio interno.
El Patio Interior de la Santísima Virgen.
La Salve de Monserrat.
Buganvilias, cuatro palmeras y una fuente central adornaban el claustro central, tenía pasto y cuatro caminitos hacia la fuente. En el lado Norte al centro, como dijimos la estatua de mármol de Carrara de la Inmaculada Concepción aplastando la serpiente y con las manos juntas. A ella cantábamos formados todos en los largos corredores del segundo piso antes de acostarnos la Salve de Monserrat: “Dios te salve, Reina y Madre, de piedad y de consuelo, dulce vida, fiel anhelo del humilde pecador”.
La tiendita.
Este patio era el centro de la vida social entre nosotros, ahí estaba la Tiendita donde después de cena sobre todo comprábamos algo en días permitidos, y donde a menudo el Señor Obispo Galindo, que a todos conocía personalmente y a nuestros papás, nos decía que le besáramos el anillo episcopal y ponía el tendero a su lado para que escogiéramos un dulce (dulces americanos en ese entonces) o una riquísima pieza de pan de cinco centavos oro.
Siempre tenía alguna expresión que nos animaba a seguir adelante, a mí me decía Isidoro de Sevilla y yo me ponía rojo como un tomate y luego les decía a los Superiores que lo acompañaban: miren cómo se pone rojo. Otras veces medía su mano con la nuestra, pero de modo que le ganáramos en la medida y expresaba admiración de cómo teníamos grandes las manos. A los gorditos les decía que habían nacido en cuarto creciente, o en luna llena, a los delgados que en cuarto menguante.
El Patio exterior.
Los pobres.
Había una barda no muy alta que separaba el Atrio del Templo y unas puertas de fierro que pasaron después al atrio de la Parroquia de la Medalla Milagrosa en la Colonia Buena Vista; estaban pegadas al Bautisterio. Ahí venían diariamente a medio día los pobres a pedir comida.
El encargado de los pobres siempre nos pedía algo que diéramos para ellos de nuestro propio plato antes de tocarlo, o de golosinas diciendo “para mis pobres …” y nosotros con cierta malicia completábamos “… intestinos” riéndonos y diciendo que el encargado se lo iba a comer.
Moreras y Gruta de Lourdes.
Hacia el Oeste estaba la Gruta de Lourdes rodeada de árboles de moras (de los cuales un tronco llevé a mi casa y ahora están en los Conventos de las Religiosas Ecuménicas de Guadalupe), luego un pequeño prado con la Cruz del Apostolado en el centro. Recuerdo a Blas Cedeño sembrando ahí Laureles. La Gruta la hizo un grupo anterior al nuestro varios años.
Seguía un almacén de madera en la esquina bajo una gran morera donde estaban las bicicletas para los paseos (recuerdo sólo uno al Cañón de San Antonio, Playas de Tijuana y regreso por la carretera en construcción: muchos regresamos de “raite” en pick-up) y lo que quedaba del Taller de Encuadernación que había florecido años atrás, y de algo de Carpintería. Había libros en inglés ahí, entre ellos mi primer Diccionario Webster gigantesco. Eran tal vez restos de la presencia de los grandes cuando estaban juntos ahí Seminario Mayor y Menor, antes de 1955.
Deportes.
El lado Oeste era una barda, había dos tubos con cuerda para jugar “spiro-ball”; seguía el Frontón, entonces muy en boga para Jai-Alai y raqueta, pero para nosotros era mejor el futbolito que a veces con permiso, claro está, se transformaba en “retorta”, todos contra todos y sálvese el que pueda.
Al sur después del Frontón había varias moreras algo raquíticas y ahí en el nivel bajo de la cancha se estacionaban los vehículos: el pick-up anaranjado, la Volkswagen combi del padre Salvador Carasa y la Ford azul del Mayor cuando estaba, después un pick-up Dodge verde, la Apache (que terminó siendo mía por 1977 para ir en Misiones al Rosario B. C.), el carro del Señor Obispo que manejaba Juan Rodríguez de Ensenada (hermano de un Seminarista que murió en el accidente de la Cuesta del Tigre), Juan Ramírez “Huesitos” y Jesús De La Torre nuestro compañero de clase.
Las Canchas.
Ejercicio físico.
El deporte fue el instrumento pedagógico para hacernos hombres a carta cabal: dos veces por la tarde cada día: después de comer con medio baño, clases y deporte más largo con baño, luego estudio y oración; toda la mañana del Jueves y también gran parte de la mañana el Domingo.
Ya hablé del Frontón y de los “spiro-balls”, había cancha profesional de Basket-ball, trampolín para saltos en fosa, cancha de foot-ball desde el callejón al atrio en la parte baja, quitando los pocos vehículos. Nadie se quedaba sin jugar y sin bañarse.
Los Fréres siempre estaban entre nosotros, no jugando con nosotros, sino cumpliendo el oficio de Celadores. Todo esto se complementaba con tres meses de entrenamiento en todos los deportes de las olimpiadas en preparación para el catorce de Agosto. Nadie se podía excluir, excepto por enfermedad. Recuerdo como capitanes ya de Azules, ya de Blancos al después padre José Luis Navarro Velázquez, a Antonio Escobedo, a Antonio Miramontes, a José Luis Aceves.
Salida a jugar.
Jueves y Domingos salíamos rumbo a los Campos de la Zona Norte, pegados al Puente México de aquel entonces (continuación de la Calle Primera, pero ya en el Río): equipos sin uniforme (nunca jugábamos con shorts, sino con pantalón y camisa), por la calle Ocampo sin pavimentar aún, alegres a echar todo nuestro vigor y energía para por las tardes jugar todavía o dedicarnos a aprender a escribir a máquina, a juegos de mesa, a lecturas agradables, mientras llegaba la Hora Santa y las Lecturas de Notas con Cena de Fiesta.
Pocas veces salimos a paseo a pie en la ciudad. Una vez llegamos hasta el antiguo Hipódromo.
Monseñor Isidro Puente y sus recuerdos del Seminario Misional de Nuestra Señora de la Paz. Segunda parte.
6. Antes de dejar la familia.
Mis primos.
Tuve dos primos hermanos en el Seminario, uno de ellos ya había salido, Armando Estrada Ochoa y el más joven, Mario Leonardo. Mario me llevaba en edad un año y dos me aventajaba en estudios, pues venía del Colegio La Paz de Tijuana donde en sexto año enseñaban en aquel entonces las declinaciones y los casos del sustantivo, lo que constituía entre otras cosas el criterio para mandarnos a Primer Año de Latín o bien al Curso Previo. Yo entré a Previo y aun así creo que fui, si no el más chico, sí uno de los más chicos.
Mi primo fue el instrumento para que yo pudiera entrar al Seminario, pues nunca había sido yo acólito, aunque sí quise serlo en la Parroquia de Guadalupe, hoy catedral, de manera que no trataba con sacerdotes. Estuve siempre en Colegios franciscanos (el México de la colonia Altamira, el desaparecido Junípero Serra entre Revolución, Madero, Novena y Décima, y el Cristóbal Colón en la Independencia), en el Cuautlatóhuac y en los dos Abraham Castellanos.
Mi tío padre y mi hermano mayor.
Un hermano, el menor, de mi madre, el P. Ernesto (José Luis en religión) Ochoa Chapula, franciscano de la Provincia de Jalisco, era a la sazón Vicerrector del Seminario Menor Franciscano en San Agustín de Casillas, Jalisco, a donde mi hermano mayor, Jesús, junto con Odilón García (papá del Padre Andrés García) y otro joven Magaña de Colonia Vicente Guerrero, B.C. habían ingresado en 1958. Ninguno de los tres llegó a ser sacerdote y mi hermano regresó pocos meses después.
Yo quería ingresar ya desde los once años, pues desde niño quise ser sacerdote al ver a mi tío en su Cantamisa en Ensenada y al tener a mi primo Armando (vestido con su sotana de Seminarista) como padrino de mi Primera Comunión.
Al regresar mi hermano del Seminario de Jalisco, ya mis padres sintieron alguna pena en mandarme con los Franciscanos y teniendo a mis primos aquí en Tijuana en el Seminario, el padre de ellos, Don Armando Estrada García (esposo de la Sra. Myrna Rosario, hermana de mi madre) que conocía a muchos sacerdotes y servía de chofer a menudo al padre Gregorio Alfaro fue tan amable de hablar con los Superiores del Seminario y arreglar todo, de manera que sin que yo me entrevistara con ningún sacerdote fui llevado por él al Seminario.
La Señorita Adelita Aguilar Ávila.
La Acción Católica, fundada por 1937 en Mexicali por el Sr. Canónigo Manuel de Jesús Sánchez Ahumada (quien fue padrino de mi papá, casó a mis padres y me bautizó en Colima), y potenciada luego por el padre Máximo tenía una Sección Pro Seminario, que ayudaba a los seminaristas. La distinguida Señorita Adelita Aguilar Ávila por largos años ayudó recolectando dinero por todo Tijuana y a mí me tocó también esa ayuda desde mi ingreso hasta cinco años después de mi ordenación sacerdotal. Ella regaló sus casitas de la Colonia Cacho para el Seminario y murió santamente en el Asilo de Ancianos de San Vicente de Paul entre las Misioneras Marianas.
7. La llegada a Ensenada en 1959.
La bienvenida.
Los cursos del Seminario en aquel entonces terminaban el día de la Asunción de la Santísima Virgen, el 15 de Agosto. La víspera, día 14, se tenían los Juegos Deportivos de Azules y Blancos y el día quince era la Lectura de Notas Final y la Distribución de Premios. Ese año ya los Seminaristas iban a sus casas uno o dos días y luego todo mundo a vacaciones en Ensenada, de manera que cuando los de nuevo ingreso llegábamos, ya los antiguos tenían quince días esperándonos con todo lo necesario preparado.
Al llegar me recibieron muy bien, me asignaron un Seminarista de los grandes como Ángel de la Guarda, Huízar, quien me acompañó y me mostró mi casillero para dejar mi equipaje, mi cama, mi lugar en el comedor, en la capilla y luego me indicó lo que seguía como acto de comunidad. Recuerdo que todos estaban en la capilla ensayando el Kýrie de la Misa “Orbis Factor” y me causó una grata impresión.
La aceptación.
Enrique Magaña, de los más grandes, al verme en el patio con algo de frío y con la mano derecha dentro de mi chamarra inmediatamente me bautizó con el apodo (indispensables para cada uno, aunque teóricamente prohibidos) de Napoleón, cosa que no me desagradó del todo, comparándolo con otros futuros y de otros.
Me tocó dormir en la “casa del ahorcado” que estaba cruzando el campo de foot-ball y era de adobe, sin puertas y con una chimenea de ladrillo en el centro de dos alas donde estaban las literas. Dormí afortunadamente arriba de la primera entrando a mano derecha. Siempre había un Frére al pendiente de nosotros y daba sus vueltas por los dormitorios cuando ya estábamos dormidos. Recuerdo que había bomberos.
8. Fin de la casa de vacaciones en 1964.
Reuniones de ex alumnos.
Mi memoria conserva mucho (y más la de mis antiguos excompañeros que desde entonces se siguen reuniendo varias veces al año y no hablan de otra cosa) de las vacaciones de ese año y de otras cuatro que tuve la dicha de pasar con esos formidables grupos lamentablemente malogrados de jóvenes levitas llenos de esperanza para el Vicariato Apostólico de la Baja California.
Cada año había algo nuevo, en uno construimos la alberca con pico y pala, en otro una cancha de basket-ball, en otro ya dábamos catecismo en las nuevas inmensas colonias; a mí me tocó donde ahora es San José Obrero. Íbamos al Cementerio donde estaban sepultados nuestros compañeros del funesto accidente de la Cuesta del Tigre.
Tránsito a mejor vida.
Un año al pasar por el Cementerio cercano rumbo a la playa vimos que estaban sacando los huesos (ahora es ahí el Seguro Social) y los mayores pidieron un esqueleto dizque para clases de anatomía. Lo trataron de limpiar y desanimados le dieron cristiana sepultura debajo de la cancha de basket-ball (he oído rumores de que ahí asustan).
En Septiembre de 1964, pasando ya el Seminario de manos de los Misioneros del Espíritu Santo a manos del Clero Diocesano y bajo el Rectorado del P. Francisco Javier Esparza ya no hubo vacaciones en comunidad, sino Campos Misión, con todo lo positivo y negativo que eso conlleva en esa edad y con los lamentables resultados que el tiempo demostró.
Se terminó así esa gloriosa epopeya de iniciación a la vida consagrada del Seminario y mi estancia también en él para pasar al Colegio Urbano de Propaganda Fide en Roma.
9. Algo de la cuarta casa ya en Tijuana.
El terreno.
El Seminario Menor estaba en la Calle Décima y Ocampo (desde 1976 es el Mayor), contra esquina de uno de los edificios más antiguos que aún se conservan en Tijuana y que pertenecía a la Compañía de Luz de Tijuana y ostenta aún la fecha: 1937 en su fachada. Llegué a oír que en el lugar donde está el Seminario cultivaban lechugas.
Monseñor Felipe Torres construyó el Santuario de Nuestra Señora del Sagrado Corazón con permiso gubernamental de bodega y con la fachada hacia el atrio (está bien orientado con el Altar “ad Orientem”), y siempre exigiendo que toda Iglesia se dedicara a la Santísima Virgen, excepto la de la Colonia Independencia que es del Sagrado Corazón. Ya anteriormente había cambiado esa advocación en las ahora catedrales de Tijuana y Mexicali a la de Guadalupe. Había rumores de que ofrecían en venta el Jai-Alai para Iglesia por cuarenta y cinco mil dólares a Monseñor Torres y que no fue posible adquirirlo en aquellos tiempos.
Se hablaba de que anteriormente ese terreno abarcaba toda la media manzana que divide un callejón, pero que por necesidades económicas se tuvieron que vender los terrenos al frente de la calle Negrete y el de la esquina del mencionado callejón y Ocampo. En tiempos posteriores se vendía un edificio contiguo al actual atrio y no se pudo adquirir para el Obispado; todavía después se vendía un terreno en la calle Negrete y tampoco se pudo adquirir. Gracias a Dios se pudo comprar el que ocupa ahora el Edificio Salvatierra.
La construcción.
Se decía que el edificio en su parte central iba a ser el Hospital del Carmen, que estaban construyendo las Religiosas Carmelitas y que habían estado en la calle Ocho, entre Revolución y Constitución, a un lado de la Comandancia de policía, en una casa que perteneció al Doctor Aubanel y que también ostenta en el frente su fecha: 1915.
De ahí pasaron a un improvisado Hospital a la calle Primera y tenían la intención de tener ya su propio edificio en la calle Décima y Ocampo cuando en 1946 Monseñor Felipe Torres Hurtado MSpS les pidió lo cedieran para Seminario (en ese tiempo Mayor y Menor) y entonces ellas se fueron a donde están ahora en la Colonia Gabilondo Soler y construyeron el subterráneo de la actual Parroquia de Santa Teresa de Jesús.
10. La primera construcción al Norte.
El Santuario pro-catedral.
Iglesia enorme, cuadrada, ya con vitrales en las ventanas que de niño recuerdo con vidrio transparente. Viendo al Altar, “in cornu Evangelii”, al lado del Evangelio o sea al Norte estaba la Cátedra del Obispo con su baldaquino.
Las Misas Pontificales de Navidad, Año Nuevo, Pascua, Pentecostés, la Asunción eran algo que nunca se va a volver a ver en nuestras vidas: coro polifónico de niños y de todo el Seminario Mayor y Menor dirigido por el entonces profesor, ahora padre, Carlos Mayorga con música de Perosi, Mozart y otros grandes, multitudes que llenaban el atrio y la calle, alegría que nos arrobaba hasta el Cielo.
En Semana Santa el Jueves en la Consagración de los Santos Óleos cada párroco venido de lejos y de cerca (eran muy pocos) cantaba tres veces haciendo tres genuflexiones y cada vez en tono más alto: “Ave, Sanctum Óleum, Ave, Sanctum Chrisma” y nosotros ya de acólitos con los Diáconos de Misa, Diáconos de Honor, Presbítero Asistente, ya de caudatarios con la larga capa episcopal que siempre llevaba el futuro padre Zenén Rodríguez, ahora ya enfermo en Mexicali, ya cantando a toda voz, veíamos con admiración nuestro futuro en el Altar.
Las Celdas.
Paralelo al Santuario estaba un edificio de dos pisos donde está viendo al patio interno la imagen de mármol de la Santísima Virgen María que fue adquirida (junto con la otra que está en el atrio de la Iglesia de Nuestra Señora del Sagrado Corazón) por iniciativa del padre, entonces seminarista, Guillermo González.
En esa ala del edificio en el segundo piso estaba en nuestro tiempo la sencilla y pobre (no hacía falta que nos lo dijera, pero qué bueno que lo dice, Papa Francisco) celda, así se traduce cella, del Señor Obispo, del padre Pro-vicario General, Gregorio Alfaro y de otros dos sacerdotes, con puertas que daban a un corredor sin techo y con barandal de fierro mirando hacia el Templo que fungía Pro-catedral.
Eran cuartos sencillos, como construidos de prisa y el primero daba impresión de haber sido capilla por una especie de cortinero en arco en la pared Este. Se decía que ahí el padre Alfaro por penitencia y para pensar en la muerte dormía en un cajón de tablas como ataúd, hasta que Monseñor Torres se lo prohibió.
La Curia del Vicariato.
Al fondo hacia el Este en el frente de la calle Ocampo había en ese segundo piso dos oficinas, una contigua a la Iglesia y que comunicaba con ella por uno de los vitrales para poder hacer oración desde ahí mirando el Tabernáculo: ahí despachaba y nos confesaba el padre Alfaro.
Siempre se levantaba a las cuatro de la mañana, hacía su oración y venían por él para llevarlo a Misa de cinco a la Casa de Cuna en la Colonia Gabilondo (le decían El Hoyo), y de ahí lo llevaban a la Iglesia del Sagrado Corazón a la Colonia Independencia a Misa de seis, y luego a desayunar su idéntico menú de toda la vida al Seminario.
Era un Santo metódico: lo llevaban luego al Seminario Mayor a clases o atendía sus asuntos de Vicario General, al rato daba su paseo que era ir al Correo distante una cuadra, donde a todos los empleados inscribió en la Adoración Nocturna; de ahí la Visita al Santísimo en nuestra Capilla donde lo escuchábamos en latín decir “miserere mihi, Dómine”.
Diariamente confesaba por las tardes a los seminaristas y en vísperas de Viernes Primeros junto con el Señor Obispo y todos los Superiores duraba confesando a veces hasta la madrugada.
Había fervor en Tijuana y se llenaban las iglesias para la Comunión de los Nueve Viernes. Siempre tratándose de rumores hay uno de que al abrir su tumba estaba incorrupto y que de todos modos lo incineraron, pero son únicamente rumores y tal vez malignos.
La oficina de Monseñor Galindo.
Unida a la del padre Alfaro estaba la oficina del Señor Obispo: el piso era de madera y lo mismo la plataforma y la estrecha escalera que bajaba al corredor de la Sacristía. Monseñor Galindo tenía ahí su biblioteca personal con libros buenos que pude hojear los años en que me tocó hacer ahí la limpieza.
Era todo un caballero de finos modales y amplia erudición. Madrugaba y tenía la primera Misa en el Santuario a las cinco y media, Misa episcopal con cojín y reclinatorio para prepararse ya en el Altar y lo mismo para dar gracias, con el Libro del Canon y con la Comunión en que antes de comulgar se besaba su anillo pastoral. Celebraba a esa hora para las Madres Carmelitas del Colegio Progreso y algunos madrugadores. Luego seguían otras tres Misas: 6:30, 7:30 y 8:30 todos los días, aparte las Misas especiales. Gracias a Dios me tocó ayudar en Sacristía largo tiempo.
Recibía en el segundo recibidor, un poco más elegante que el primero. En éste luego se hizo como una caseta para el portero y telefonista, que un tiempo fue el ahora Señor Cura Don Alfonso López Mena. Recuerdo que varias veces amenazaron al Señor Obispo y una noche tuvimos que velar en la torre del campanario por si había peligro de alguna bomba.
Se retiró a Ciudad Guzmán con sus familiares y ahí celebró sus bodas de plata sacerdotales en 1971, a las cuales tuve la dicha de asistir. Luego regresó a Tijuana y estuvo en el Hospital del Carmen hasta su muerte. Pude cargar su féretro para enterrarlo en Bautisterio de Catedral.
Las Oblatas de Jesús Sacerdote.
En ese corredor había un pequeño atrio que comunicaba Sacristía, Iglesia, Seminario y la división de Clausura de las Oblatas de Jesús Sacerdote, religiosas que nos atendían. Esas Madres lavaban la ropa de los seminaristas que no tenían familia en Tijuana y nos hacían de comer. No se encargaban de la Sacristía sino solamente en cuanto a los lienzos y ornamentos sagrados, lo demás corría por cuenta de nosotros los seminaristas.
El Convento de las Madres tenía la entrada por el Patio externo del Seminario a la sombra de buganvilias y yedras, con su Capilla entrando a la derecha, su salón de clases (pegado al Bautisterio externo de la Iglesia), donde mi madre venía durante mi larga estancia en Roma a darles clase y al final llegaba Monseñor Galindo a tomar con ellas el chocolate de media tarde.
Lo demás fue siempre clausura y el único que entraba en nuestros tiempos era el seminarista Jesús De La Torre (abuelo feliz ahora en Carson City) a arreglar la caldera y las máquinas de planchar y lavadoras.
Quisimos mucho a esas ejemplares Religiosas, fundadas por el Ven. Padre Félix de Jesús Rougier, que tuvieron que abandonar el Seminario cuando comenzaron a soplar otros vientos. Ahora heroicamente están las Oblatas de Santa Marta, fundadas por Monseñor Felipe Torres.
11. La calle Ocampo.
Los Seminaristas Mayores daban catecismo, no los Menores.
Unos años mi familia vivió en una privada entre la calle Pío Pico y Ocampo y en el Santuario recibieron la Primera Comunión mis dos hermanos mayores preparados por el seminarista Alfonso Chee Fimbres antes de que se fuera a Roma.
Recuerdo que íbamos multitud de niños al Catecismo e inundábamos la Iglesia y las canchas deportivas y ahí con los boletos que nos daban teníamos acceso a funciones de cine en el frontón. Las Madres nos vendían recortes de hostias, pues ellas las fabricaban.
Había Misas de niños.
La Misa dominical de los niños a las nueve estaba repleta a reventar y me acuerdo que siempre un Hermano Misionero del Espíritu Santo nos la explicaba. Era yo muy pequeño y recuerdo que había bancas nuevecitas, y llegué a morderlas, enchilosas y por ahí ha de estar todavía la marca.
Creo que el catecismo lo daban los Seminaristas Mayores. No tengo recuerdos de que en nuestros tiempos nosotros diéramos catecismo, pero sí había señoritas catequistas de muchos años atrás. Nosotros los Sábados por la mañana y tarde teníamos clases como ya dije. Vivíamos la clausura en recogimiento y el apostolado y la vida pastoral esperaban a su debido tiempo su turno.
Los Superiores.
El lado Este o de la calle Ocampo en la planta baja era la Entrada y Portería, dos amplios Recibidores con puertas de vidrio de arriba abajo, la Editorial de la Revista Espadaña, revista nuestra, y ahí mismo el Economato, la tiendita interna, y en la esquina Sur la Sala de Profesores.
En el segundo piso de la calle Ocampo estaba un pequeño cuarto, que ocupó en nuestros años el Seminarista de mayor edad, pero que estaba en el Seminario Menor, Julián Rubalcaba; atrás el espacio era ocupado por un baño del siguiente cuarto que tenía divisiones para los Fréres, seguía otro salón también dividido, luego la enfermería.
Los enfermos.
Cuando enfermábamos los Fréres se encargaban de llevarnos al médico o al Hospital del Carmen o al de San Francisco (el del Sagrado Corazón estaba en construcción). En la convalecencia estábamos en nuestro respectivo dormitorio y había encargados de los enfermos entre nuestros compañeros más responsables.
Recuerdo unos quince días de fiebre que requirieron alimentación especial que por casi un mes a diario me traía mi tío Armando de mi casa en fuentes abundantes para poder participar. Mi mamá siempre se preocupaba cuando había visita de traer pan dulce y el último año nos hizo Cotas para los más grandes.
El ambiente familiar del Seminario nos hacía confiar en que, pasara lo que pasara, los Superiores se encargarían de nosotros. ¡Ojalá que nunca falte este espíritu en el Seminario!
La Vice-Rectoría.
Seguía la celda del padre Vicerrector, Padre Pedro Vera Olvera MSpS (el Rector era el Vicario Apostólico) y después el Padre Juan Manuel Gutiérrez MSpS, con su nutrida biblioteca. Ahí también me tocó mucho tiempo hacer la limpieza y admiraba los libros de la Colección Aguilar completos en papel delgado.
Recuerdo que los Domingos cuando me tocó ser Colector de la limosna, ahí le depositábamos una canasta con la poca moneda nacional que caía, para los gastos del Santuario; todo el dólar era para el Economato del Seminario.
A la salida de su celda estaba un armario con puertas de vidrio con una formidable colección de libros sobre la Santísima Virgen María que administraba la Congregación Mariana.
Monseñor Isidro Puente y sus recuerdos del Seminario Misional de Nuestra Señora de la Paz. Primera Parte.
De 1959 a 1964 en el Seminario Misional de Nuestra Señora de la Paz.
Mons. Dr. Isidro Puente Ochoa jr.
Ph.L., S..S.L., S.Th.Dr.
Agradezco al Sr. Don Rogelio Núñez Chaín la invitación a narrar algunos de mis recuerdos al cumplirse tres cuartos de siglo de haberse fundado el Seminario Misional de Nuestra Señora de la Paz el 8 de Diciembre de 1939. Mis recuerdos van en cierto desorden, salpicados tal vez de pimienta mordaz que quiere ser solamente sal, pero eso sí llenos de esperanza para el futuro de la Santa Madre Iglesia.
- Se entraba al Seminario a vacaciones.
Como Jesús en el Templo.
El Concilio de Trento fijaba la entrada al Seminario a los doce años de edad como la más apta para la preparación espiritual e intelectual de los candidatos al Sacerdocio. A esa edad entramos al Curso Previo un numeroso grupo (creo que cuarenta y seis) de adolescentes de la Baja California Norte (Mexicali, Tijuana, Tecate, Ensenada) con el deseo de ser un día Sacerdotes como los que veíamos y admirábamos y que nos atrajeron.
Algunos entraron ese año a Primero de Latín directamente, entre ellos el actual Señor Obispo de Toluca, Mons. Francisco Javier Chavolla a quien Dios guarde. De ellos no me ocupo sino tangencialmente.
Esa edad nos hace esponjas absorbentes en ciencia y piedad: pudimos aprender latín, griego, inglés, yo estudié algo de francés e italiano; estudiamos lo de secundaria y preparatoria y mucho más; nos preparamos para Filosofía y Teología y crecimos en un ambiente sagrado prácticamente toda nuestra vida.
La vocación viene desde el vientre de nuestra madre y es un sofisma engañoso el decir que el alumno ha de conocer lo que va a dejar antes de dejarlo: nosotros hicimos el regalo a Dios de nuestra vida en una entrega total y para siempre ¡y basta!
Vocaciones en vacaciones.
Pero no entramos a clases, sino a convivir con los más grandes, siempre del Seminario Menor únicamente, pues no convenía, ni conviene, la demasiada convivencia con los del Seminario Mayor a los recién entrados.
Recuerdo un año que los del Mayor con sus Superiores se hospedaron en los Búngalows de la playa, donde ahora está el muelle.
En cambio sí convenía, y conviene, llegar no a la disciplinada milicia de clases, sino a la placentera e inolvidable para siempre experiencia de vacaciones en una comunidad alegre, dinámica, generosa e intrépida como era el Seminario Menor a los escasos veinte años de su fundación.
Esos casi dos meses de gradual iniciación a la formación académica y espiritual se condimentaban con idas casi cotidianas a la playa limpia y casi solitaria o a jugar base-ball a Recursos Hidráulicos, donde después del juego tomábamos agua de las bombas que la sacaban limpia de los pozos, con paseos semanales cortos a Maneadero, a las aguas termales de San Carlos, al Cañón de Doña Petra, a los Tres Picos, desde donde se veía el Valle de Guadalupe, a la Isla de Todos Santos, a las rancherías de los alrededores, con fiestas de elección de Rey y Príncipes de vacaciones y con paseos largos a la Sierra Juárez, a la Misión de Santo Tomás, etc.
En el deporte, en las largas caminatas y subiendo cerros se forjaban los caracteres viriles “que California a Cristo entregarán”, como cantábamos pidiendo “temple de acero” a la Santísima Virgen, Reina de la Paz. No eran desconocidos, pero salían inmediatamente los que no iban a tenerlo.
Calendario romano.
Entramos en Septiembre, de vacaciones (escolares, que comenzaban en Junio) a vacaciones en comunidad que terminaban a mediados de Octubre, por el calendario escolar, se decía, que seguían en el Distrito Federal nuestros maestros, los Fréres Misioneros del Espíritu Santo. Ahora creo que también por el calendario romano donde las clases se iniciaban a mediados de Octubre en las Universidades Pontificias.
Sapiente medida y pedagógico método de iniciación a la vida consagrada. Seguíamos la tradición romana de descansar el Jueves, día de Asueto, y no el Sábado.
Recuerdo nuestra despedida a los dos Fréres, Antillón y otro, que se fueron a España a fundar en Calahorra, Logroño la primera casa de los Misioneros del Espíritu Santo. En Ensenada eran las bienvenidas y despedidas con fiestas que siempre recordamos y en las que a veces fabricábamos globos de papel de China con estopa encendida que volaban altísimos y también había cohetes.
- Las dos primeras casas del Seminario.
La fundación.
En Ensenada hubo una primera casa, donde se fundó el Seminario, casa obsequiada generosamente (en 1939) por la familia Aldrete, donde ahora está el Convento de las Hijas del Espíritu Santo, a donde alguna vez fuimos de paseo y nos regalaron con riquísima sandía las Madres.
Cuando a los pocos meses el gobierno mandó cerrar el Colegio Católico de las Madres (Colegio México, que aún existe) y el Seminario, entonces el padre Gregorio Alfaro con los seminaristas fundadores se fueron a esconder a la Misión de Santo Tomás, a una segunda casa de adobe, que rentaron y que se veía todavía hace algunos años a la derecha de la carretera, yendo hacia el sur; creo que se fue destruyendo poco a poco. Ahí los Seminaristas tuvieron su primea casa de vacaciones, pero los granjeros les cobraron la fruta que comían al ir de paseo.
Los fundadores y defensores.
Narra en sus memorias nuestro padre Máximo que hasta ahí fueron los policías y que quisieron golpear al padre Gregorio Alfaro, pero que entonces los seminaristas con palos amenazaron a los policías e hicieron que se retiraran.
Contaba el padre Máximo que Monseñor Torres fue a la Ciudad de México y habló con el Presidente de la República y le hizo ver que los niños mexicanos se iban a estudiar a Estados Unidos (San Ysidro Academy, Saint Augustin High School, Our Lady of Peace, San Diego College for Girls, Academy of Annaheim) por falta de escuelas y que allá aprendían a honrar la Bandera americana y a cantar su Himno nacional. Nos decía que en ese mismo momento el Presidente Manuel Ávila Camacho por teléfono cesó al gobernante que había ordenado el cierre y la persecución.
Tal vez a eso obedezca el nombre de Colegio México de ese primero en Ensenada y del segundo en Tijuana en la Colonia Altamira que inició con ese nombre, ahora Sagrada Familia, donde yo hice la Primera Comunión y el primero y segundo de Primaria.
Monseñor Torres.
En esos años nunca pudimos conocer a Monseñor Felipe Torres Hurtado MSpS, Prefecto Apostólico de la Baja California desde Cabo San Lucas a San Isidro en la línea divisoria con Estados Unidos de Norteamérica, pero lo admirábamos por su heroica labor prácticamente solo y sin apoyos. Hombre preparado y decidido, verdadero fundador de instituciones que perduran hoy.
Sabíamos que sufrió mucho y que había fundado Religiosas aquí y en Saltillo, Coahuila, donde residía como Vicario General: nadie nos decía más. Al parecer hubo dificultades aún con su Comunidad. No entregó personalmente la Prefectura a Mons. Galindo.
Tres minoristas de Veracruz.
Nunca nadie nos habló tampoco de los tres seminaristas, luego sacerdotes que habían venido a petición de Monseñor Torres y enviados por Monseñor Pío López desde la Diócesis de Veracruz (luego Arquidiócesis de Jalapa) a fundar el Seminario, pero que no llegaron el 8 de Diciembre, día de la fotografía de la fundación, sino un mes después.
Eran el futuro padre Máximo García Martínez junto con Jesús Valverde y Antonio Domínguez. Ellos fueron los primeros “maestrillos” y el minorista Máximo fue el primer Prefecto de Disciplina.
Venían para el Seminario y al quitarlos después de ahí en 1943, el padre Jesús Valverde volvió a su diócesis de Veracruz. Los padres Máximo y Antonio fueron mandados a Mexicali uno y el padre Antonio a Santa Rosalía desde donde en avioneta venía a veces a ver al padre Máximo.
- La tercera casa.
Casa Presidencial.
Entramos en 1959 al edificio de adobe y ladrillo que era la antigua finca de don Abelardo L. Rodríguez (ex presidente interino de la República Mexicana), donde un tiempo estaban lo que ahora son las Bodegas de Santo Tomás, compañía vinícola, heredera de los viñedos misionales de los Padres Dominicos.
Don Abelardo tenía su casa (ahora rentada para escuelas) en El Sauzal, decorada con frescos de caballería y con una nutrida biblioteca que esperemos no esté despilfarrada ya junto con sus archivos que inútilmente he pedido a la familia para la biblioteca de mis Religiosas.
La madre Jesusita.
Una hermana del General Abelardo fue la Madre Catalina de Jesús, a quien fue a buscar dos veces a La Mesa, California, Estados Unidos Monseñor Felipe Torres Hurtado para que le ayudara a fundar las que hoy son Misioneras Franciscanas de Nuestra Señora de la Paz. Ella y sus Hijas Religiosas, que me prepararon a la Primera Comunión y despertaron en mí la vocación, consiguieron la gracia de la conversión y perseverancia final del General en la hora de su muerte (se dice que fue el padre Miguel Valdés Sánchez a confesarlo y darle los Santos Óleos).
Toda su vida, hasta no poder ya físicamente, el padre Gregorio Alfaro se dedicó a formar a esas Misioneras que llenaron apostólicamente todo el territorio misional, todos los ejidos y colonias con inmenso fruto.
Nuestra Señora Reina de la Paz.
En esos años la paz era el tema (rugía la Segunda Guerra Mundial) y título del primer Colegio católico de Tijuana, de la primera Congregación Religiosa fundada en estas tierras y del primer Seminario.
Esa finca fue transformada en Seminario Misional de Nuestra Señora de la Paz, estoy casi seguro que en 1943 (narraba el padre Máximo García Martínez que fue a fumigarla la noche de Navidad de ese año y que encontró todavía grandes montones de semilla de uva), como tercera sede.
Sin embargo, una vez trasladado el Seminario a Tijuana (por 1946), este Seminario Mayor y Menor fue convertido en Casa de Vacaciones.
Vicariato Apostólico.
En 1949 la Prefectura Apostólica se dividió, quedando el Sur para los Misioneros Combonianos con Monseñor Giordani (a quien conocimos alguna vez que nos visitó) y el Norte como Vicariato Apostólico para Monseñor Alfredo Galindo y Mendoza que llegó (ya ordenado Obispo el 22 de Enero de 1949 en la Iglesia de San Felipe de Jesús en la Ciudad de México).
A Ensenada en estos últimos cuatro periodos de vacaciones nos hacían la comida unas generosas Señoras, a más de ciento veinte voraces jovencitos de doce a dieciséis años de edad. La ropa se mandaba a lavar a Tijuana y para algunos nuestra familia la recogía cada semana.
- La finca de Don Abelardo.
El Refectorio.
La casa era amplia con un antiguo corredor o salón muy largo, donde estaba el comedor (sesenta alumnos en cada lado), que era a la vez salón de actos, de talleres y oficios y de clases. Recuerdo al Frére Romito que nos enseñaba encuadernación ahí; leíamos las aventuras en libros de Emilio Salgari, jugábamos (yo por primera vez) al ajedrez y a las damas chinas.
Ahí eran los discursos de propaganda para las elecciones a Rey de vacaciones y ahí las “chorchas” o fiestas literario musicales cuando venía el Señor Obispo o dábamos la bienvenida a los nuevos Fréres.
El histórico vestíbulo que queda todavía.
Al frente en medio hay un porche o vestíbulo que sirvió de marco a fotografías de caudillos revolucionarios en una serie televisiva, pues la revolución desemboca en los del norte: Obregón, Calles, Abelardo.
Ese vestíbulo era nuestro punto de reunión y meta de carreras de bicicleta. Es lo único que queda de toda esa vieja construcción en el actual Monasterio de las Religiosas Adoratrices Perpetuas del Santísimo Sacramento en el reducido terreno que les quedó.
Ahí recibíamos al Señor Obispo a su llegada y a los padres que nos visitaban: todos acudíamos, pues eran muy pocos los padres que había, y todos los saludábamos besándoles la mano. Toda visita era motivo de fiesta y regocijo y a veces de golosinas y meriendas, como cuando nuestros familiares nos traían de Tijuana bolsas enormes de pan dulce de “La Victoria” (ahora Panadería La Mejor).
Otras dependencias.
El muro interno de ese corredor servía de sostén al parteaguas y a su espalda la cocina, la ropería, el pasillo central que comunicaba con el vestíbulo mencionado, la tiendita interna y luego varios pequeños cuartos que eran las celdas de los superiores y enfermería al lado de un grande árbol.
En un paseo a la Sierra Juárez me ampollé un tobillo y tuve que sufrir operación doméstica de parte del Frére enfermero, el Frére Reinoso ayudado del Frére Romito y compañeros. Rafael “Paleto” (su papá tenía paletería en Ensenada y nos regalaba siempre) Hernández me mordió una mano para que no me doliera el pie y funcionó el truco. Recuerdo ese cuartito donde estuve en cama y después lo vi transformado en provisional locutorio de las Adoratrices en los años setenta.
Anexos.
Al extremo opuesto de la cocina estaba un salón y creo que ese año de 1959 o el anterior se estrenaba la nueva capilla hecha de bloques (de los antiguos, más bajos que los actuales) sin emplastar, pero con muy buen gusto litúrgico en que descollaron siempre los Misioneros del Espíritu Santo. Las bancas eran de tablones. Ahí aprendimos muchos cantos en latín, otros en castellano: había un folleto grueso de cantos con la pura letra y entre misterio y misterio del Santo Rosario cantábamos mucho. Ya en Tijuana por Navidad teníamos otro cuaderno de cantos navideños numerosísimos que hacían inolvidables las Posadas y ese tiempo litúrgico.
La capilla y los ambientes atrás del corredor formaban ángulo recto y enmarcaban con la torre de madera con tanque de agua encima y los lavaderos y duchas externas, siempre bien cerradas e individuales al otro extremo formando casi un claustro interno con vistas al arrollo seco abajo y a la sierra en lontananza.
Abajo los alumnos de un curso anterior al nuestro, o los miembros de la Congregación Mariana habían construido una ermita a la Santísima Virgen.
Me impresionó siempre la limpieza escrupulosa y bien vigilada de todo el Seminario. El orden lo formulaban nuestros formadores así: un lugar para cada cosa y cada cosa en su lugar, un tiempo para cada cosa y cada cosa a su tiempo.
- Las hectáreas perdidas.
Terreno grande.
Los alrededores estaban todavía desiertos en aquellos años. Al lado Este había sembradíos cercados de olivos y contra esquina nuestra una fábrica de envases de hoja de lata para la pescadería. Ya no había vides (que al decir del padre Máximo, un padre mandó arrancar para sembrar maíz), sino un campo de foot-ball donde aprendí a jugar.
Por el lado Norte, el del frente, y debajo de un pequeño paredón había una tenería donde llegamos a ver que trabajaban los cueros de res. El terreno era de varias hectáreas, sin cerco y se llegaba a la casa por el lado Oeste, en subida, de manera que desde lejos veíamos cuando venía alguna visita.
Con tristeza recuerdo cómo en las poquísimas veces que me tocó regresar años después todo estaba descuidado y en deterioro progresivo hasta la pérdida casi total de aquel patrimonio. Todo se perdió en la incuria y culpa de los años y tal vez de laicos que según se rumoreaba hasta fueron castigados por Monseñor Alfredo Galindo Mendoza con penas eclesiásticas.
Pérdida grande.
Así se entiende lo que significa tutela y curatela en Derecho Romano y Cura en Canónico: cuidar de una persona moral que se equipara a los menores porque no puede defenderse por sí misma y necesita tutelarse, es decir, defenderse, por curadores o curas, que aquí fallaron, esperemos, excusablemente.
Recuerdo que se hablaba en aquel entonces de comprar varias hectáreas de riego en el Valle de Mexicali (que pertenecía todavía a nosotros) para con su ganancia mantener todo el Seminario y que fuera el Fondo o Beneficio para becar a todos y cada uno de los alumnos. Sueños que debido a tanto cambio nunca pudieron concretarse.
Pienso por un lado en las penurias de tantos seminaristas en el mundo entero que no tienen para pagarse sus estudios y por otro lado recuerdo el Seminario de Tehuacán, Puebla donde el Obispo afirmaba sostenerlo totalmente con la ganancia de granjas de gallinas.
Consejos útiles sobre las relaciones entre los padres y los hijos.
Cuarto precepto del Decálogo
HONRA A TU PADRE Y A TU MADRE.
La Familia.
- ¿Nos ha propuesto Dios un dechado de familia perfecta?
Dios nos propuso un dechado de familia perfecta en la Sagrada Familia, en la que Jesucristo estuvo sujeto a María Santísima y a San José hasta la edad de treinta años, esto es, hasta que empezó a cumplir la misión de evangelizar que le confió su Eterno Padre.
- La familia en el plan de Dios
La comunidad conyugal está establecida sobre el consentimiento de los esposos. El matrimonio y la familia están ordenados al bien de los esposos y a la procreación y educación de los hijos. El amor de los esposos y la generación de los hijos establecen entre los miembros de una familia relaciones personales y responsabilidades primordiales.
- Hombre y mujer.
Un hombre y una mujer unidos en matrimonio forman con sus hijos una familia. Esta disposición es anterior a todo reconocimiento por la autoridad pública; se impone a ella. Se la considerará como la referencia normal en función de la cual deben ser apreciadas las diversas formas de parentesco.
- La misma dignidad del hombre y de la mujer
Al crear al hombre y a la mujer, Dios instituyó la familia humana y la dotó de su constitución fundamental. Sus miembros son personas iguales en dignidad. Para el bien común de sus miembros y de la sociedad, la familia implica una diversidad de responsabilidades, de derechos y de deberes.
- La familia cristiana
“La familia cristiana constituye una revelación y una actuación específicas de la comunión eclesial; por eso puede y debe decirse Iglesia doméstica”. Es una comunidad de fe, esperanza y caridad, posee en la Iglesia una importancia singular como aparece en el Nuevo Testamento (cf Ef 5, 21-6, 4; Col 3, 18-21; 1 P 3, 1-7).
La familia cristiana es una comunión de personas, reflejo e imagen de la comunión del Padre y del Hijo en el Espíritu Santo. Su actividad procreadora y educativa es reflejo de la obra creadora de Dios. Es llamada a participar en la oración y el sacrificio de Cristo. La oración cotidiana y la lectura de la Palabra de Dios fortalecen en ella la caridad. La familia cristiana es evangelizadora y misionera.
- Las relaciones en el seno de la familia.
Las relaciones en el seno de la familia entrañan una afinidad de sentimientos, afectos e intereses que provienen sobre todo del mutuo respeto de las personas. La familia es una comunidad privilegiada llamada a realizar un propósito común de los esposos y una cooperación diligente de los padres en la educación de los hijos.
- La familia y la sociedad
La familia es la célula original de la vida social. Es la sociedad natural en que el hombre y la mujer son llamados al don de sí en el amor y en el don de la vida. La autoridad, la estabilidad y la vida de relación en el seno de la familia constituyen los fundamentos de la libertad, de la seguridad, de la fraternidad en el seno de la sociedad. La familia es la comunidad en la que, desde la infancia, se pueden aprender los valores morales, se comienza a honrar a Dios y a usar bien de la libertad. La vida de familia es iniciación a la vida en sociedad.
La familia debe vivir de manera que sus miembros aprendan el cuidado y la responsabilidad respecto de los pequeños y mayores, de los enfermos o disminuidos, y de los pobres. Numerosas son las familias que en ciertos momentos no se hallan en condiciones de prestar esta ayuda. Corresponde entonces a otras personas, a otras familias, y subsidiariamente a la sociedad, proveer a sus necesidades. “La religión pura e intachable ante Dios Padre es ésta: visitar a los huérfanos y a las viudas en su tribulación y conservarse incontaminado del mundo”.
- Defensa de la familia.
La familia debe ser ayudada y defendida mediante medidas sociales apropiadas. Cuando las familias no son capaces de realizar sus funciones, los otros cuerpos sociales tienen el deber de ayudarlas y de sostener la institución familiar. En conformidad con el principio de subsidiariedad, las comunidades más numerosas deben abstenerse de privar a las familias de sus propios derechos y de inmiscuirse en sus vidas.
La importancia de la familia para la vida y el bienestar de la sociedad entraña una responsabilidad particular de ésta en el apoyo y fortalecimiento del matrimonio y de la familia. La autoridad civil ha de considerar como deber grave “el reconocimiento de la auténtica naturaleza del matrimonio y de la familia, protegerla y fomentarla, asegurar la moralidad pública y favorecer la prosperidad doméstica”.
- El Estado y la familia.
La comunidad política tiene el deber de honrar a la familia, asistirla y asegurarle especialmente:
- a) la libertad de fundar un hogar, de tener hijos y de educarlos de acuerdo con sus propias convicciones morales y religiosas;
— la protección de la estabilidad del vínculo conyugal y de la institución familiar;
- b) la libertad de profesar su fe, transmitirla, educar a sus hijos en ella, con los medios y las instituciones necesarios;
- c) el derecho a la propiedad privada, a la libertad de iniciativa, a tener un trabajo, una vivienda, el derecho a emigrar;
- d) conforme a las instituciones del país, el derecho a la atención médica, a la asistencia de las personas de edad, a los subsidios familiares;
- e) la protección de la seguridad y la salud, especialmente por lo que se refiere a peligros como la droga, la pornografía, el alcoholismo, etc.;
- f) la libertad para formar asociaciones con otras familias y de estar así representadas ante las autoridades civiles.
Las comunidades humanas están compuestas de personas. Gobernarlas bien no puede limitarse simplemente a garantizar los derechos y el cumplimiento de deberes, como tampoco a la sola fidelidad a los compromisos. Las justas relaciones entre patronos y empleados, gobernantes y ciudadanos, suponen la benevolencia natural conforme a la dignidad de personas humanas deseosas de justicia y fraternidad.
- El Cuarto Mandamiento.
- Orden de la caridad:
División de los preceptos del Decálogo en dos grupos.
Los tres primeros mandamientos tienen a Dios por objeto, y por eso se refieren al fin; mientras que los otros siete tienen como objeto el bien del prójimo, y por eso se refieren a los medios conducentes al fin;
- Amor absoluto y relativo.
por eso, los tres primeros mandamientos prescriben un amor absoluto, el amor último: Dios debe ser amado por sí mismo, y no por causa de otro;
mientras que los otros siete prescriben un amor relativo, el inmediato: el prójimo debe ser amado a causa de Dios, y por eso, al amar y respetar al prójimo, amamos y damos reverencia a Dios.
- Amor sin límites.
El amor debido a Dios no tiene límites, y por eso debemos amar a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con todas nuestras fuerzas (Deut. 6 5; Mt. 22 37.), de modo que nuestro amor a Él sea cada vez más ardiente;
A esto se añade que a Dios no se da honor, piedad ni culto alguno digno de su grandeza, y para con Él puede aumentarse infinitamente el amor. Por esto es necesario que nuestra caridad hacia Dios sea de día en día más ardiente, pues por mandamiento suyo le debemos amar de todo corazón, con toda e1 alma y todas nuestras fuerzas.
- Amor con límites.
El amor debido al prójimo está circunscrito a ciertos límites: manda el Señor que le amemos como a nosotros mismos, de modo que pecaría gravemente quien excediere estos términos de manera que iguale en el amor a Dios y a los prójimos (Mt. 20 39; Lc. 14 26.), con mayor razón quien amase al prójimo más que a Dios.
“Si alguno viene a mí, dice el Señor, y no aborrece a su Padre, Madre, mujer, hijos, hermanos y hermanas, y hasta su misma vida, no puede ser mi discípulo”.
A cuyo propósito se dijo también: “Deja que los muertos entierren sus muertos”, al que quería enterrar primero a su padre, y después seguir a Cristo.
Mas la explicación más clara es la que hay en San Mateo: “El que ama padre o madre más que a mí, no es digno de mí”.
- Excelencia de este cuarto precepto.
Los preceptos de amar a Dios y al prójimo son, pues semejantes (Mt. 22 39; Mc. 12 31.),
Y entre los preceptos que mandan el amor al prójimo, ocupa el primer lugar este cuarto, como señal de nuestra obediencia y respeto hacia Dios. En efecto, si no obedecemos ni respetamos a los padres, a quienes debemos amar según Dios, teniéndolos casi siempre a la vista, ¿cómo podremos amar y honrar a Dios, a quien no vemos? ¿qué honor, ni qué culto daremos al mayor y mejor Padre Dios, a quien de ninguna manera vemos? (I Jn. 4 20.).
El cuarto mandamiento ilumina las demás relaciones en la sociedad. En nuestros hermanos y hermanas vemos a los hijos de nuestros padres; en nuestros primos, los descendientes de nuestros antepasados; en nuestros conciudadanos, los hijos de nuestra patria; en los bautizados, los hijos de nuestra madre, la Iglesia; en toda persona humana, un hijo o una hija del que quiere ser llamado “Padre nuestro”.
Así, nuestras relaciones con el prójimo se deben reconocer como pertenecientes al orden personal. El prójimo no es un “individuo” de la colectividad humana; es “alguien” que por sus orígenes, siempre “próximos” por una u otra razón, merece una atención y un respeto singulares.
- utilidades de este mandamiento
produce muchos y aventajados frutos, y es como una prueba que demuestra la obediencia y observancia del primer mandamiento.
Facilita además de esto, esta ley el trabajo de los Padres, y de todos los mayores. Porque siendo su primer cuidado que vivan conforme a la ley divina cuantos están bajo su cargo, este su deber será más fácil, cuando todos hayan entendido que es Dios quien manda y amonesta que se trate a los Padres con toda veneración.
III. Honrarás a tu padre y a tu madre.
- Amar a los padres por amor a Dios.
Si amamos a los padres, si obedecemos a los Gobernantes, si respetamos a los Superiores en dignidad, todo esto se debe hacer por Dios, que es su Creador, que quiso presidiesen a los otros y que por su ministerio gobierna y defiende a los demás hombres. Siendo, pues, Dios quien nos manda que reverenciemos a tales personas, en tanto lo debemos ejecutar, en cuanto el mismo Dios las hizo dignas de ese honor.
De donde se sigue que la honra que tributamos a los padres, más bien la tributamos a Dios que a los hombres. Pues tratando del respeto debido a los Superiores, se dice así en San Mateo: “El que os recibe, me recibe”.
- Cómo ha de amarse a los padres.
Con todo no cabe duda que debemos amar y respetar en gran manera a los padres. Mas, para que esto sea virtuosamente, es necesario que el principal honor y veneración se dé a Dios, que es el Padre y Creador de todos, y que de tal modo amemos a los Padres naturales, que toda la fuerza del amor se encamine al eterno y celestial Padre.
- Y si en alguna ocasión los mandatos de los padres se opusieren a los preceptos de Dios, no se les puede obedecer
Téngase en cuenta, sin embargo, que como los padres y superiores son amados en razón de Dios, deben los hijos anteponer la voluntad de Dios y sus divinos mandamientos a la voluntad de sus padres, cuando las órdenes de los padres y superiores se oponen arbitrariamente a la ley de Dios: «Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres» (Act. 5 29.).
Los niños deben obedecer también las prescripciones razonables de sus educadores y de todos aquellos a quienes sus padres los han confiado. Pero si el niño está persuadido en conciencia de que es moralmente malo obedecer esa orden, no debe seguirla.
- ¿Qué nos manda el cuarto mandamiento: honrarás a tu padre y a tu madre?
El cuarto mandamiento: Honrarás a tu padre y a tu madre, nos manda respetar al padre y a la madre, obedecerles en todo lo que no es pecado y asistirles en sus necesidades espirituales y temporales.
Se dirige expresamente a los hijos en sus relaciones con sus padres, porque esta relación es la más universal. Se refiere también a las relaciones de parentesco con los miembros del grupo familiar. Exige que se dé honor, afecto y reconocimiento a los abuelos y antepasados.
- «A tu padre y a tu madre y a los equiparados a nuestros padres.
Por padre entendemos en este precepto (y a ellos se extiende por consiguiente este precepto de darles honra):
- ante todo, los padres que nos engendraron;
pero también los prelados de la Iglesia, los párrocos y los sacerdotes (I Cor. 4 14.);
- todos aquellos a quienes se confía la potestad de gobernar una nación (IV Rey. 5 13.);
- aquellos a cuya defensa, fidelidad, honradez y ciencia están otros encomendados, como los tutores y maestros (IV Rey. 2 12; 13 14.);
- finalmente, los ancianos y de edad avanzada (Sab. 2 10; 4 8.). [9]
Este mandamiento implica y sobrentiende los deberes de los padres, tutores, maestros, jefes, magistrados, gobernantes, de todos los que ejercen una autoridad sobre otros o sobre una comunidad de personas.
Se extiende a los deberes de los alumnos respecto a los maestros, de los empleados respecto a los patronos, de los subordinados respecto a sus jefes, de los ciudadanos respecto a su patria, a los que la administran o la gobiernan.
- Veamos más detalladamente lo que significa «Honra».
Honrar es juzgar muy bien de una persona, y estimar muchísimo todo lo que sea suyo, de manera que esta estima vaya acompañada de las virtudes de amor, respeto, obediencia y veneración.
Pero con mucha propiedad se puso en la ley la voz de honra, y no la de amor o miedo; aunque los padres, deben ser muy amados y temidos. Porque quien ama, no siempre honra y respeta, y el que teme no siempre ama, pero el que de veras honra a uno, le ama y reverencia.
- Por qué motivos debemos honrar a nuestros padres.
La autoridad que los padres tienen de mandar a los hijos y la obligación de éstos de obedecerles viene de Dios, que constituyó y ordenó la familia para que suministre al hombre los primeros medios necesarios para su perfeccionamiento material y espiritual.
- son imagen de Dios, de su autoridad y paternidad;
- por ellos nos comunicó Dios la vida, valiéndose de ellos para darnos alma e inteligencia;
- nos llevaron a recibir los Sacramentos;
- nos instruyeron en las verdades sobrenaturales y naturales;
- nos enseñaron costumbres rectas y santas.
Con razón se nombra en este precepto el nombre de la madre, a fin de que consideremos, además de lo dicho, las bondades y sacrificios de ella para con nosotros, su solicitud, sus trabajos y sus dolores en darnos a luz y educarnos (Tob. 4 3; Eclo. 3 5; 7 29 y ss.).
porque nos miran con tal afecto que ningún trabajo, dificultad ni peligro rehúsan para procurar el bien de sus hijos, y nada les proporciona mayor placer como el conocimiento de que son apreciados por sus hijos a quienes tanto aman.
La paternidad divina es la fuente de la paternidad humana (cf Ef 3, 14); es el fundamento del honor debido a los padres. El respeto de los hijos, menores o mayores de edad, hacia su padre y hacia su madre (cf Pr 1, 8; Tb 4, 3-4), se nutre del afecto natural nacido del vínculo que los une. Es exigido por el precepto divino (cf Ex 20, 12).
- El respeto a los padres (piedad filial).
Está hecho de gratitud para quienes, mediante el don de la vida, su amor y su trabajo, han traído sus hijos al mundo y les han ayudado a crecer en estatura, en sabiduría y en gracia. “Con todo tu corazón honra a tu padre, y no olvides los dolores de tu madre. Recuerda que por ellos has nacido, ¿cómo les pagarás lo que contigo han hecho?” (Si 7, 27-28).
El respeto filial favorece la armonía de toda la vida familiar; atañe también a las relaciones entre hermanos y hermanas. El respeto a los padres irradia en todo el ambiente familiar. “Corona de los ancianos son los hijos de los hijos” (Pr 17, 6). “[Soportaos] unos a otros en la caridad, en toda humildad, dulzura y paciencia” (Ef 4, 2).
El respeto filial se expresa en la docilidad y la obediencia verdaderas. “Guarda, hijo mío, el mandato de tu padre y no desprecies la lección de tu madre en tus pasos ellos serán tu guía; cuando te acuestes, velarán por ti; conversarán contigo al despertar” (Pr 6, 20-22). “El hijo sabio ama la instrucción, el arrogante no escucha la reprensión” (Pr 13, 1).
El hijo debe obedecer a todo lo que éstos dispongan para su bien o el de la familia. “Hijos, obedeced en todo a vuestros padres, porque esto es grato a Dios en el Señor” (Col 3, 20; cf Ef 6, 1).
Cuando se hacen mayores, los hijos deben seguir respetando a sus padres. Deben prevenir sus deseos, solicitar dócilmente sus consejos y aceptar sus amonestaciones justificadas.
La obediencia a los padres cesa con la emancipación de los hijos, pero no el respeto que les es debido, el cual permanece para siempre. Este, en efecto, tiene su raíz en el temor de Dios, uno de los dones del Espíritu Santo.
- Responsabilidades para con los padres
El cuarto mandamiento recuerda a los hijos mayores de edad sus responsabilidades para con los padres. En la medida en que ellos pueden, deben prestarles ayuda material y moral en los años de vejez y durante sus enfermedades, y en momentos de soledad o de abatimiento. Jesús recuerda este deber de gratitud (cf Mc 7, 10-12).
«El Señor glorifica al padre en los hijos, y afirma el derecho de la madre sobre su prole. Quien honra a su padre expía sus pecados; como el que atesora es quien da gloria a su madre. Quien honra a su padre recibirá contento de sus hijos, y en el día de su oración será escuchado. Quien da gloria al padre vivirá largos días, obedece al Señor quien da sosiego a su madre» (Si 3, 2-6).
«Hijo, cuida de tu padre en su vejez, y en su vida no le causes tristeza. Aunque haya perdido la cabeza, sé indulgente, no le desprecies en la plenitud de tu vigor Como blasfemo es el que abandona a su padre, maldito del Señor quien irrita a su madre» (Si 3, 12-13.16).
Los cristianos están obligados a una especial gratitud para con aquellos de quienes recibieron el don de la fe, la gracia del bautismo y la vida en la Iglesia. Puede tratarse de los padres, de otros miembros de la familia, de los abuelos, de los pastores, de los catequistas, de otros maestros o amigos. “Evoco el recuerdo de la fe sincera que tú tienes, fe que arraigó primero en tu abuela Loida y en tu madre Eunice, y sé que también ha arraigado en ti” (2 Tm 1, 5).
- De qué modo se honra a los padres naturales.
Por lo tanto, debemos honrar a nuestros padres de manera que el honor que les tributamos provenga del amor y de lo íntimo de nuestro corazón, pues nada hay más grato para un padre que saber que es amado por sus hijos. Y esta honra se manifestará:
- tratándolos honoríficamente (Gen. 41 43; 46 29; 47 7; III Rey. 2 19.);
- pidiendo a Dios que bendiga cuanto hacen, que gocen de buena reputación en la sociedad, y que 353 sean muy gratos a Dios y a los Santos;
- confiando nuestras resoluciones a su arbitrio y voluntad, escuchando sus consejos y obedeciendo a sus mandatos (Prov. 1 8-9; Ef. 6 1; Col. 3 20.);
- imitando su honradez y buenas costumbres;
Hallándose José tan ensalzado que sólo le precedía el Rey en el solio real, recibió honoríficamente a su Padre cuando fue a Egipto. Y Salomón se levantó del trono para venerar a su Madre cuando entró a hablarle, y habiéndola hecho una gran reverencia, la asentó a su diestra en el solio real.
Porque los honramos también, cuando rendidamente pedimos a Dios que todo les suceda próspera y felizmente, que sean en gran manera amados y apreciados por los hombres, y muy agradables a Dios y a los Santos que están en el cielo.
Cuando arreglamos nuestros negocios según su beneplácito y voluntad. Como lo aconseja Salomón diciendo: “Oye, hijo mío, la doctrina de tu Padre, y no abandones la ley de tu Madre, para que sea aumento de gracia para tu cabeza y collar para tu cuello”. Semejante a esto son aquellas exhortaciones del Apóstol: “Hijos, obedeced a vuestros Padres en el Señor, porque esto es justo”.
Y en otra parte: “Hijos, obedeced en todo a vuestros padres, porque esto es muy del agrado de Dios”. Y se confirma con el ejemplo de varones santísimos. Porque Isaac, siendo atado por su padre, para sacrificarle, le obedeció con modestia y sin réplica. Y los Recabitas se abstuvieron perpetuamente de vino, por no discrepar jamás del consejo de su padre.
Asimismo, honramos a los padres, cuando imitamos sus buenas acciones y costumbres, pues es prueba grande de que los estimamos, procurar ser muy parecidos a ellos.
Y los honramos también, cuando no sólo les pedimos su consejo, sino que le seguimos.
- Cómo ha de socorrerse a los padres cuando se ven en necesidad.
En todo tiempo debemos tributar a los Padres estos oficios honrosos, mas nunca con mayor cuidado, que cuando están gravemente enfermos (Mt. 15 3-6.), no omitiendo nada referente a la confesión de los pecados y demás sacramentos que deben recibir los cristianos, alentándolos y ayudándolos con consejos, y excitándolos a esperar la gloria eterna y a fijar su mente totalmente en Dios;
Honramos, además, a los Padres, cuando les socorremos con lo necesario para su sustento y vestido, como se demuestra por el testimonio de Cristo, quien reprendiendo la impiedad de los Fariseos les dijo: “¿Y por qué vosotros traspasáis el mandamiento de Dios por vuestra tradición? Porque Dios dijo: Honra a tu Padre y a tu Madre. Y el que maldijere a su Padre y a su Madre, muera de muerte. Mas vosotros decís: toda ofrenda que yo hiciere a, Dios, aprovechará a ti también, sin honrar a su Padre ni a su Madre. Y así hicisteis nulo el mandamiento de Dios por vuestra tradición”.
- Mucho más en peligro de muerte.
Cuando se acerca la muerte, se ha de cuidar que los visiten con frecuencia personas piadosas y religiosas, que los fortalezcan en su debilidad, los ayuden con sus exhortaciones, y animándoles mucho los alienten con la esperanza de la inmortalidad, a fin de que apartando el pensamiento de las cosas humanas todo le pongan en Dios.
De este modo se conseguirá que fortalecidos con la felicísima ayuda de la Fe, Esperanza y Caridad, y con el escudo de la religión, juzguen que no sólo no ha de ser temida la muerte, pues es necesaria, sino que ha de ser deseada, como que nos abre la puerta de la eternidad.
- Como honraremos a los padres después de su muerte.
Por último, se honra a los padres, aun después de su muerte, celebrando sus funerales, haciéndoles exequias dignas y dándoles decorosa sepultura (Gen. 25, 35 y 50.), procurando se les celebren los sufragios y exequias que sean debidas, haciendo decir Misas por ellos y cumpliendo oportunamente todo lo que hubiesen dispuesto por testamento.
- Premios prometidos por Dios a los hijos obedientes a sus padres que cumplen este mandamiento.
“Para que se prolonguen tus días sobre la tierra que el Señor, tu Dios, te va a dar” (Ex 20, 12; Dt 5, 16). La observancia de este mandamiento procura, con los frutos espirituales, frutos temporales de paz y de prosperidad.
El premio prometido por el cumplimiento de este mandamiento es, además de la vida eterna y bienaventurada, el de una larga vida (Ex. 20 12.). En efecto, es justo que los que se mostraron agradecidos hacia aquellos que les dieron la vida, gocen de una mayor ancianidad.
El fruto muy grande que se saca de aquí, es vivir largo tiempo, pues son dignos de gozar por muchos años de aquel beneficio cuya memoria perpetua conservan. Pues como los que honran a sus Padres, corresponden agradecidos a los que les hicieron el beneficio de la luz y de la vida, es muy justo, que se alargue la suya hasta la mayor ancianidad.
Luego se ha de añadir una explicación clara de la promesa divina. Porque no sólo promete el Señor la vida eterna y bienaventurada, sino también el goce de esta temporal, como lo declara el Apóstol, cuando dice: “La piedad para todas las cosas aprovecha, porque tiene promesas de la vida presente y venidera”.
- Cuánto deba apreciarse esta promesa de vida prolongada.
Y no es pequeño ni para desechado este galardón de larga vida, aunque varones santísimos como Job, David y San Pablo, desearon la muerte, y también sea molesta la prolongación de esta vida a los que se ven en trabajos y grandes miserias. Porque aquellas palabras que se añaden: “Que tu Dios y Señor te dará”; no sólo prometen largos años de vida, sino también reposo, quietud y seguridad para bien vivir: paz, sosiego y salud para vivir rectamente (Deut. 5 16; Ef. 6 2-3.).
Pues en el Deuteronomio no dice solamente el Señor: “Para que vivas largo tiempo”, sino que añade: “Para que lo pases bien”. Lo cual fue después repetido por el Apóstol.
- Cómo consiguen estos premios los que honran a sus padres aunque mueran presto.
Decimos que consiguen estos bienes todos aquellos cuya piedad quiere premiar el Señor. Pues de otro modo no sería Su Majestad fiel y constante en su promesa, cuando algunas veces es más breve la vida de aquellos que fueron más piadosos para con sus padres.
Por ese motivo, Dios, sin faltar a su promesa, les hace gran beneficio en sacarlos de esta vida y envía una muerte prematura a aquellos que honran a sus padres como es debido, cuando corren riesgo de que peligre su virtud o salvación:los saca entonces de esta vida para que la malicia o la mentira no seduzca sus almas, no mude su entendimiento, o la ficción engañe su alma (Sab. 4 11), antes que se extravíen del camino de la santidad y justicia.
O para preservarlos de los males y calamidades con que Dios castiga los tiempos perversos, cuando castiga su Majestad las maldades de los hombres, porque no sientan en tiempos tan tristes, amarguísimos llantos al ver las calamidades de sus parientes y amigos.
Por consiguiente, debe temerse muchísimo cuando ocurren muertes prematuras en varones justos, porque si amenaza alguna calamidad y perturbación de todas las cosas, son sacados del mundo para que se libren de la general calamidad de los tiempos: “Porque de delante de la malicia, dice el Profeta, es recogido el justo”1236.
- ¿Qué nos prohíbe el cuarto mandamiento?
El cuarto mandamiento nos prohíbe ofender a nuestro padres de palabra, de obra o de otro modo cualquiera.
- Castigos con que Dios amenaza a los infractores de este mandamiento.
A los hijos ingratos y perversos los amenaza Dios con pena de muerte y otros males y castigos tremendos (Ex. 21 17; Lev. 20 9; Prov. 19 26; 20 20; 30 17.). La no observancia de este mandamiento entraña grandes daños para las comunidades y las personas humanas.
El Señor tiene preparadas gravísimas penas para los ingratos y rebeldes. Pues escrito está: “El que maldijere a su Padre o a. su Madre, muera, de muerte”. Y “El que aflige a su Padre, y huye de su Madre, será ignominioso y malaventurado”. Y: “El que maldice a su Padre o a su Madre, se apagará su antorcha en medio de las tinieblas”. Y en otra parte: “El que escarnece de su Padre, y menosprecia el parto de su Madre, sáquenle los ojos los cuervos de los arroyos, y cómansele los hijos del águila”.
De aquellos que injuriaron a sus Padres, leemos que contra muchos de ellos se enardeció la ira de Dios para castigarles. Porque no dejó sin castigo los agravios que padeció David de su hijo Absalón, sino que pagó las debidas penas muriendo atravesado con tres lanzas.
- Deberes de los padres hacia los hijos.
- Deberes para con los hijos.
1) Los padres tienen el deber de amar, alimentar y mantener a sus hijos, proveer a su educación religiosa y civil, darles buen ejemplo, alejarlos de las ocasiones de pecado, corregirlos de sus defectos y ayudarlos a abrazar el estado a que Dios los llama.
Durante la infancia, el respeto y el afecto de los padres se traducen ante todo en el cuidado y la atención que consagran para educar a sus hijos, y para proveer a sus necesidades físicas y espirituales. En el transcurso del crecimiento, el mismo respeto y la misma dedicación llevan a los padres a enseñar a sus hijos a usar rectamente de su razón y de su libertad.
2) La fecundidad del amor conyugal no se reduce a la sola procreación de los hijos, sino que debe extenderse también a su educación moral y a su formación espiritual. El papel de los padres en la educación “tiene tanto peso que, cuando falta, difícilmente puede suplirse”. El derecho y el deber de la educación son para los padres primordiales e inalienables.
3) Los padres deben mirar a sus hijos como a hijos de Dios y respetarlos como a personas humanas. Han de educar a sus hijos en el cumplimiento de la ley de Dios, mostrándose ellos mismos obedientes a la voluntad del Padre de los cielos.
4) Los padres son los primeros responsables de la educación de sus hijos. Testimonian esta responsabilidad ante todo por la creación de un hogar, donde la ternura, el perdón, el respeto, la fidelidad y el servicio desinteresado son norma.
5) La familia es un lugar apropiado para la educación de las virtudes. Esta requiere el aprendizaje de la abnegación, de un sano juicio, del dominio de sí, condiciones de toda libertad verdadera. Los padres han de enseñar a los hijos a subordinar las dimensiones “materiales e instintivas a las interiores y espirituales”. Es una grave responsabilidad para los padres dar buenos ejemplos a sus hijos.
6) Sabiendo guiarlos y corregirlos: «El que ama a su hijo, le corrige sin cesar el que enseña a su hijo, sacará provecho de él» (Si 30, 1-2). «Padres, no exasperéis a vuestros hijos, sino formadlos más bien mediante la instrucción y la corrección según el Señor» (Ef 6, 4).
7) La familia constituye un medio natural para la iniciación del ser humano en la solidaridad y en las responsabilidades comunitarias. Los padres deben enseñar a los hijos a guardarse de los riesgos y las degradaciones que amenazan a las sociedades humanas.
8) Por la gracia del sacramento del matrimonio, los padres han recibido la responsabilidad y el privilegio de evangelizar a sus hijos. Desde su primera edad, deberán iniciarlos en los misterios de la fe, de los que ellos son para sus hijos los “primeros heraldos de la fe”. Desde su más tierna infancia, deben asociarlos a la vida de la Iglesia. La forma de vida en la familia puede alimentar las disposiciones afectivas que, durante toda la vida, serán auténticos cimientos y apoyos de una fe viva.
La educación en la fe por los padres debe comenzar desde la más tierna infancia. Esta educación se hace ya cuando los miembros de la familia se ayudan a crecer en la fe mediante el testimonio de una vida cristiana de acuerdo con el Evangelio. La catequesis familiar precede, acompaña y enriquece las otras formas de enseñanza de la fe. Los padres tienen la misión de enseñar a sus hijos a orar y a descubrir su vocación de hijos de Dios. La parroquia es la comunidad eucarística y el corazón de la vida litúrgica de las familias cristianas; es un lugar privilegiado para la catequesis de los niños y de los padres.
Los hijos, a su vez, contribuyen al crecimiento de sus padres en la santidad. Todos y cada uno deben otorgarse generosamente y sin cansarse el mutuo perdón exigido por las ofensas, las querellas, las injusticias y las omisiones. El afecto mutuo lo sugiere. La caridad de Cristo lo exige (cf Mt 18, 21-22; Lc 17, 4).
9) Los padres, como primeros responsables de la educación de sus hijos, tienen el derecho de elegir para ellos una escuela que corresponda a sus propias convicciones. Este derecho es fundamental. En cuanto sea posible, los padres tienen el deber de elegir las escuelas que mejor les ayuden en su tarea de educadores cristianos. Los poderes públicos tienen el deber de garantizar este derecho de los padres y de asegurar las condiciones reales de su ejercicio.
- Los padres deben respetar la vocación natural y sobrenatural de sus hijos.
Cuando llegan a la edad correspondiente, los hijos tienen el deber y el derecho de elegir su profesión y su estado de vida. Estas nuevas responsabilidades deberán asumirlas en una relación de confianza con sus padres, cuyo parecer y consejo pedirán y recibirán dócilmente. Los padres deben cuidar de no presionar a sus hijos ni en la elección de una profesión ni en la de su futuro cónyuge.
Esta indispensable prudencia no impide, sino al contrario, ayudar a los hijos con consejos juiciosos, particularmente cuando éstos se proponen fundar un hogar.
Hay quienes no se casan para poder cuidar a sus padres, o sus hermanos y hermanas, para dedicarse más exclusivamente a una profesión o por otros motivos dignos. Estas personas pueden contribuir grandemente al bien de la familia humana.
Los vínculos familiares, aunque son muy importantes, no son absolutos. A la par que el hijo crece hacia una madurez y autonomía humanas y espirituales, la vocación singular que viene de Dios se afirma con más claridad y fuerza. Los padres deben respetar esta llamada y favorecer la respuesta de sus hijos para seguirla. Es preciso convencerse de que la vocación primera del cristiano es seguir a Jesús (cf Mt 16, 25): “El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí” (Mt 10, 37).
Hacerse discípulo de Jesús es aceptar la invitación a pertenecer a la familia de Dios, a vivir en conformidad con su manera de vivir: “El que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, éste es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Mt 12, 49).
Los padres deben acoger y respetar con alegría y acción de gracias el llamamiento del Señor a uno de sus hijos para que le siga en la virginidad por el Reino, en la vida consagrada o en el ministerio sacerdotal.
- Obligaciones de los padres para hacerse dignos de ser honrados con el honor que Dios manda.
Así como los hijos deben honrar, obedecer y socorrer a sus padres, los padres también deben instruir a sus hijos en la religión y en costumbres santas, dándoles reglas perfectas de bien vivir, para que instruidos y formados según la religión, adoren a Dios santa y firmemente, según leemos lo hicieron los padres de Susana (Dan. 13 2-3.).
1º Que se muestren ante sus hijos como maestros y modelos de virtud, de justicia, de templanza, de modestia y de santidad. [22]
2º Luego, que eviten tres cosas en que con frecuencia suelen faltar:
- a) que no traten a sus hijos ni les manden nada con excesiva aspereza, según la recomendación de San Pablo (Col. 3 ); pues hay el riesgo de que, por un excesivo temor, se hagan débiles y cobardes. Así lo ordena el Apóstol, diciendo en la Epístola a los Colosenses: “Padres, no provoquéis a indignación a vuestros hijos, para que no se hagan pusilánimes”. Porque si en todo temen, hay peligro de que sean de ánimo cobarde y menguado. Y así mándenles que huyan del rigor excesivo, y que prefieran corregir a vengarse de sus hijos.
- b) que los castiguen como conviene cuando han cometido alguna falta; pues muy frecuentemente se pervierten los hijos por la excesiva suavidad y condescendencia de sus padres (I Rey. 4 ); Además, si cometen alguna Culpa, siendo necesario el castigo y la reprensión, no les perdonen con demasiada condescendencia, pues muchas veces se pierden los hijos por la nimia blandura y facilidad de los padres. Y así amenácenlos con el ejemplo del Sumo Sacerdote Helí, quien fue castigado severísimamente por haber sido muy condescendiente con sus hijos
- c) por último, que no inculquen máximas perniciosas en la educación y enseñanza de sus hijos; pues muchos padres, al procurar únicamente riquezas y una ilustre herencia a sus hijos (Mt. 20 ), y al no cuidarse de su salvación eterna, con tal de que sean adinerados y opulentos, los empujan a la avaricia y a engrandecer los bienes materiales, y ponen sus almas en peligro de condenación eterna.
- No deben los Padres ser remisos ni codiciosos por dejar a sus hijos grandes riquezas.
Últimamente en la educación e instrucción de los hijos no se propongan fines torcidos, lo cual es muy feo. Porque muchos ni entienden ni atienden a otra cosa, que a dejarles dinero, riquezas y un patrimonio magnífico y opulento. Y los inclinan no a la religión, no a la virtud, no a los estudios de las buenas letras, sino a la avaricia y al aumento de la hacienda. Ni cuidan de la honra, ni de la salvación de sus hijos, con tal que sean ricos y acaudalados; ¿qué se puede decir ni pensar más vil ni más indigno?
De aquí es que dejan a los hijos, no tanto sus bienes cuanto sus maldades, y abominaciones, y les sirven de guía no para el cielo, sino para los tormentos, eternos del infierno.
Enseñe, pues, el Sacerdote a los Padres estas santas máximas, y muévales a seguir el ejemplo y la virtud de Tobías, para que después que hubieren educado perfectamente a sus hijos en el servicio de Dios y en santidad, recojan también frutos muy abundantes de amor, veneración y obediencia.
Tijuana, B.C. a 27 de julio de 2013.