Cuarto precepto del Decálogo

HONRA A TU PADRE Y A TU MADRE.

La Familia.

  1. ¿Nos ha propuesto Dios un dechado de familia perfecta?

Dios nos propuso un dechado de familia perfecta en la Sagrada Familia, en la que Jesucristo estuvo sujeto a María Santísima y a San José hasta la edad de treinta años, esto es, hasta que empezó a cumplir la misión de evangelizar que le confió su Eterno Padre.

  1. La familia en el plan de Dios

La comunidad conyugal está establecida sobre el consentimiento de los esposos. El matrimonio y la familia están ordenados al bien de los esposos y a la procreación y educación de los hijos. El amor de los esposos y la generación de los hijos establecen entre los miembros de una familia relaciones personales y responsabilidades primordiales.

  1. Hombre y mujer.

Un hombre y una mujer unidos en matrimonio forman con sus hijos una familia. Esta disposición es anterior a todo reconocimiento por la autoridad pública; se impone a ella. Se la considerará como la referencia normal en función de la cual deben ser apreciadas las diversas formas de parentesco.

  1. La misma dignidad del hombre y de la mujer

Al crear al hombre y a la mujer, Dios instituyó la familia humana y la dotó de su constitución fundamental. Sus miembros son personas iguales en dignidad. Para el bien común de sus miembros y de la sociedad, la familia implica una diversidad de responsabilidades, de derechos y de deberes.

  1. La familia cristiana

“La familia cristiana constituye una revelación y una actuación específicas de la comunión eclesial; por eso  puede y debe decirse Iglesia doméstica”. Es una comunidad de fe, esperanza y caridad, posee en la Iglesia una importancia singular como aparece en el Nuevo Testamento (cf Ef 5, 21-6, 4; Col 3, 18-21; 1 P 3, 1-7).

La familia cristiana es una comunión de personas, reflejo e imagen de la comunión del Padre y del Hijo en el Espíritu Santo. Su actividad procreadora y educativa es reflejo de la obra creadora de Dios. Es llamada a participar en la oración y el sacrificio de Cristo. La oración cotidiana y la lectura de la Palabra de Dios fortalecen en ella la caridad. La familia cristiana es evangelizadora y misionera.

  1. Las relaciones en el seno de la familia.

Las relaciones en el seno de la familia entrañan una afinidad de sentimientos, afectos e intereses que provienen sobre todo del mutuo respeto de las personas. La familia es una comunidad privilegiada llamada a realizar un propósito común de los esposos y una cooperación diligente de los padres en la educación de los hijos.

  1. La familia y la sociedad

La familia es la célula original de la vida social. Es la sociedad natural en que el hombre y la mujer son llamados al don de sí en el amor y en el don de la vida. La autoridad, la estabilidad y la vida de relación en el seno de la familia constituyen los fundamentos de la libertad, de la seguridad, de la fraternidad en el seno de la sociedad. La familia es la comunidad en la que, desde la infancia, se pueden aprender los valores morales, se comienza a honrar a Dios y a usar bien de la libertad. La vida de familia es iniciación a la vida en sociedad.

La familia debe vivir de manera que sus miembros aprendan el cuidado y la responsabilidad respecto de los pequeños y mayores, de los enfermos o disminuidos, y de los pobres. Numerosas son las familias que en ciertos momentos no se hallan en condiciones de prestar esta ayuda. Corresponde entonces a otras personas, a otras familias, y subsidiariamente a la sociedad, proveer a sus necesidades. “La religión pura e intachable ante Dios Padre es ésta: visitar a los huérfanos y a las viudas en su tribulación y conservarse incontaminado del mundo”.

  1. Defensa de la familia.

La familia debe ser ayudada y defendida mediante medidas sociales apropiadas. Cuando las familias no son capaces de realizar sus funciones, los otros cuerpos sociales tienen el deber de ayudarlas y de sostener la institución familiar. En conformidad con el principio de subsidiariedad, las comunidades más numerosas deben abstenerse de privar a las familias de sus propios derechos y de inmiscuirse en sus vidas.

La importancia de la familia para la vida y el bienestar de la sociedad entraña una responsabilidad particular de ésta en el apoyo y fortalecimiento del matrimonio y de la familia. La autoridad civil ha de considerar como deber grave “el reconocimiento de la auténtica naturaleza del matrimonio y de la familia, protegerla y fomentarla, asegurar la moralidad pública y favorecer la prosperidad doméstica”.

  1. El Estado y la familia.

La comunidad política tiene el deber de honrar a la familia, asistirla y asegurarle especialmente:

  1. a) la libertad de fundar un hogar, de tener hijos y de educarlos de acuerdo con sus propias convicciones morales y religiosas;

— la protección de la estabilidad del vínculo conyugal y de la institución familiar;

  1. b) la libertad de profesar su fe, transmitirla, educar a sus hijos en ella, con los medios y las instituciones necesarios;
  2. c) el derecho a la propiedad privada, a la libertad de iniciativa, a tener un trabajo, una vivienda, el derecho a emigrar;
  3. d) conforme a las instituciones del país, el derecho a la atención médica, a la asistencia de las personas de edad, a los subsidios familiares;
  4. e) la protección de la seguridad y la salud, especialmente por lo que se refiere a peligros como la droga, la pornografía, el alcoholismo, etc.;
  5. f) la libertad para formar asociaciones con otras familias y de estar así representadas ante las autoridades civiles.

Las comunidades humanas están compuestas de personas. Gobernarlas bien no puede limitarse simplemente a garantizar los derechos y el cumplimiento de deberes, como tampoco a la sola fidelidad a los compromisos. Las justas relaciones entre patronos y empleados, gobernantes y ciudadanos, suponen la benevolencia natural conforme a la dignidad de personas humanas deseosas de justicia y fraternidad.

  1. El Cuarto Mandamiento.
  2. Orden de la caridad:

División de los preceptos del Decálogo en dos grupos.

Los tres primeros mandamientos tienen a Dios por objeto, y por eso se refieren al fin; mientras que los otros siete tienen como objeto el bien del prójimo, y por eso se refieren a los medios conducentes al fin;

  1. Amor absoluto y relativo.

por eso, los tres primeros mandamientos prescriben un amor absoluto, el amor último: Dios debe ser amado por sí mismo, y no por causa de otro;

mientras que los otros siete prescriben un amor relativo, el inmediato: el prójimo debe ser amado a causa de Dios, y por eso, al amar y respetar al prójimo, amamos y damos reverencia a Dios.

  1. Amor sin límites.

El amor debido a Dios no tiene límites, y por eso debemos amar a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con todas nuestras fuerzas (Deut. 6 5; Mt. 22 37.), de modo que nuestro amor a Él sea cada vez más ardiente;

A esto se añade que a Dios no se da honor, piedad ni culto alguno digno de su grandeza, y para con Él puede aumentarse infinitamente el amor. Por esto es necesario que nuestra caridad hacia Dios sea de día en día más ardiente, pues por mandamiento suyo le debemos amar de todo corazón, con toda e1 alma y todas nuestras fuerzas.

  1. Amor con límites.

El amor debido al prójimo está circunscrito a ciertos límites: manda el Señor que le amemos como a nosotros mismos, de modo que pecaría gravemente quien excediere estos términos de manera que iguale en el amor a Dios y a los prójimos (Mt. 20 39; Lc. 14 26.), con mayor razón quien amase al prójimo más que a Dios.

“Si alguno viene a mí, dice el Señor, y no aborrece a su Padre, Madre, mujer, hijos, hermanos y hermanas, y hasta su misma vida, no puede ser mi discípulo”.

A cuyo propósito se dijo también: “Deja que los muertos entierren sus muertos”, al que quería enterrar primero a su padre, y después seguir a Cristo.

Mas la explicación más clara es la que hay en San Mateo: “El que ama padre o madre más que a mí, no es digno de mí”.

  1. Excelencia de este cuarto precepto.

Los preceptos de amar a Dios y al prójimo son, pues semejantes (Mt. 22 39; Mc. 12 31.),

Y entre los preceptos que mandan el amor al prójimo, ocupa el primer lugar este cuarto, como señal de nuestra obediencia y respeto hacia Dios. En efecto, si no obedecemos ni respetamos a los padres, a quienes debemos amar según Dios, teniéndolos casi siempre a la vista, ¿cómo podremos amar y honrar a Dios, a quien no vemos? ¿qué honor, ni qué culto daremos al mayor y mejor Padre Dios, a quien de ninguna manera vemos? (I Jn. 4 20.).

El cuarto mandamiento ilumina las demás relaciones en la sociedad. En nuestros hermanos y hermanas vemos a los hijos de nuestros padres; en nuestros primos, los descendientes de nuestros antepasados; en nuestros conciudadanos, los hijos de nuestra patria; en los bautizados, los hijos de nuestra madre, la Iglesia; en toda persona humana, un hijo o una hija del que quiere ser llamado “Padre nuestro”.

Así, nuestras relaciones con el prójimo se deben reconocer como pertenecientes al orden personal. El prójimo no es un “individuo” de la colectividad humana; es “alguien” que por sus orígenes, siempre “próximos” por una u otra razón, merece una atención y un respeto singulares.

  1. utilidades de este mandamiento

produce muchos y aventajados frutos, y es como una prueba que demuestra la obediencia y observancia del primer mandamiento.

Facilita además de esto, esta ley el trabajo de los Padres, y de todos los mayores. Porque siendo su primer cuidado que vivan conforme a la ley divina cuantos están bajo su cargo, este su deber será más fácil, cuando todos hayan entendido que es Dios quien manda y amonesta que se trate a los Padres con toda veneración.

III. Honrarás a tu padre y a tu madre.

  1. Amar a los padres por amor a Dios.

Si amamos a los padres, si obedecemos a los Gobernantes, si respetamos a los Superiores en dignidad, todo esto se debe hacer por Dios, que es su Creador, que quiso presidiesen a los otros y que por su ministerio gobierna y defiende a los demás hombres. Siendo, pues, Dios quien nos manda que reverenciemos a tales personas, en tanto lo debemos ejecutar, en cuanto el mismo Dios las hizo dignas de ese honor.

De donde se sigue que la honra que tributamos a los padres, más bien la tributamos a Dios que a los hombres. Pues tratando del respeto debido a los Superiores, se dice así en San Mateo: “El que os recibe, me recibe”.

  1. Cómo ha de amarse a los padres.

Con todo no cabe duda que debemos amar y respetar en gran manera a los padres. Mas, para que esto sea virtuosamente, es necesario que el principal honor y veneración se dé a Dios, que es el Padre y Creador de todos, y que de tal modo amemos a los Padres naturales, que toda la fuerza del amor se encamine al eterno y celestial Padre.

  1. Y si en alguna ocasión los mandatos de los padres se opusieren a los preceptos de Dios, no se les puede obedecer

Téngase en cuenta, sin embargo, que como los padres y superiores son amados en razón de Dios, deben los hijos anteponer la voluntad de Dios y sus divinos mandamientos a la voluntad de sus padres, cuando las órdenes de los padres y superiores se oponen arbitrariamente a la ley de Dios: «Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres» (Act. 5 29.).

Los niños deben obedecer también las prescripciones razonables de sus educadores y de todos aquellos a quienes sus padres los han confiado. Pero si el niño está persuadido en conciencia de que es moralmente malo obedecer esa orden, no debe seguirla.

  1. ¿Qué nos manda el cuarto mandamiento: honrarás a tu padre y a tu madre?

El cuarto mandamiento: Honrarás a tu padre y a tu madre, nos manda respetar al padre y a la madre, obedecerles en todo lo que no es pecado y asistirles en sus necesidades espirituales y temporales.

Se dirige expresamente a los hijos en sus relaciones con sus padres, porque esta relación es la más universal. Se refiere también a las relaciones de parentesco con los miembros del grupo familiar. Exige que se dé honor, afecto y reconocimiento a los abuelos y antepasados.

  1. «A tu padre y a tu madre y a los equiparados a nuestros padres.

Por padre entendemos en este precepto (y a ellos se extiende por consiguiente este precepto de darles honra):

  • ante todo, los padres que nos engendraron;

pero también los prelados de la Iglesia, los párrocos y los sacerdotes (I Cor. 4 14.);

  • todos aquellos a quienes se confía la potestad de gobernar una nación (IV Rey. 5 13.);
  • aquellos a cuya defensa, fidelidad, honradez y ciencia están otros encomendados, como los tutores y maestros (IV Rey. 2 12; 13 14.);
  • finalmente, los ancianos y de edad avanzada (Sab. 2 10; 4 8.). [9]

Este mandamiento implica y sobrentiende los deberes de los padres, tutores, maestros, jefes, magistrados, gobernantes, de todos los que ejercen una autoridad sobre otros o sobre una comunidad de personas.

Se extiende a los deberes de los alumnos respecto a los maestros, de los empleados respecto a los patronos, de los subordinados respecto a sus jefes, de los ciudadanos respecto a su patria, a los que la administran o la gobiernan.

  1. Veamos más detalladamente lo que significa «Honra».

Honrar es juzgar muy bien de una persona, y estimar muchísimo todo lo que sea suyo, de manera que esta estima vaya acompañada de las virtudes de amor, respeto, obediencia y veneración.

Pero con mucha propiedad se puso en la ley la voz de honra, y no la de amor o miedo; aunque los padres, deben ser muy amados y temidos. Porque quien ama, no siempre honra y respeta, y el que teme no siempre ama, pero el que de veras honra a uno, le ama y reverencia.

  1. Por qué motivos debemos honrar a nuestros padres.

La autoridad que los padres tienen de mandar a los hijos y la obligación de éstos de obedecerles viene de Dios, que constituyó y ordenó la familia para que suministre al hombre los primeros medios necesarios para su perfeccionamiento material y espiritual.

  • son imagen de Dios, de su autoridad y paternidad;
  • por ellos nos comunicó Dios la vida, valiéndose de ellos para darnos alma e inteligencia;
  • nos llevaron a recibir los Sacramentos;
  • nos instruyeron en las verdades sobrenaturales y naturales;
  • nos enseñaron costumbres rectas y santas.

Con razón se nombra en este precepto el nombre de la madre, a fin de que consideremos, además de lo dicho, las bondades y sacrificios de ella para con nosotros, su solicitud, sus trabajos y sus dolores en darnos a luz y educarnos (Tob. 4 3; Eclo. 3 5; 7 29 y ss.).

porque nos miran con tal afecto que ningún trabajo, dificultad ni peligro rehúsan para procurar el bien de sus hijos, y nada les proporciona mayor placer como el conocimiento de que son apreciados por sus hijos a quienes tanto aman.

La paternidad divina es la fuente de la paternidad humana (cf Ef 3, 14); es el fundamento del honor debido a los padres. El respeto de los hijos, menores o mayores de edad, hacia su padre y hacia su madre (cf Pr 1, 8; Tb 4, 3-4), se nutre del afecto natural nacido del vínculo que los une. Es exigido por el precepto divino (cf Ex 20, 12).

  1. El respeto a los padres (piedad filial).

Está hecho de gratitud para quienes, mediante el don de la vida, su amor y su trabajo, han traído sus hijos al mundo y les han ayudado a crecer en estatura, en sabiduría y en gracia. “Con todo tu corazón honra a tu padre, y no olvides los dolores de tu madre. Recuerda que por ellos has nacido, ¿cómo les pagarás lo que contigo han hecho?” (Si 7, 27-28).

El respeto filial favorece la armonía de toda la vida familiar; atañe también a las relaciones entre hermanos y hermanas. El respeto a los padres irradia en todo el ambiente familiar. “Corona de los ancianos son los hijos de los hijos” (Pr 17, 6). “[Soportaos] unos a otros en la caridad, en toda humildad, dulzura y paciencia” (Ef 4, 2).

El respeto filial se expresa en la docilidad y la obediencia verdaderas. “Guarda, hijo mío, el mandato de tu padre y no desprecies la lección de tu madre en tus pasos ellos serán tu guía; cuando te acuestes, velarán por ti; conversarán contigo al despertar” (Pr 6, 20-22). “El hijo sabio ama la instrucción, el arrogante no escucha la reprensión” (Pr 13, 1).

El hijo debe obedecer a todo lo que éstos dispongan para su bien o el de la familia. “Hijos, obedeced en todo a vuestros padres, porque esto es grato a Dios en el Señor” (Col 3, 20; cf Ef 6, 1).

Cuando se hacen mayores, los hijos deben seguir respetando a sus padres. Deben prevenir sus deseos, solicitar dócilmente sus consejos y aceptar sus amonestaciones justificadas.

La obediencia a los padres cesa con la emancipación de los hijos, pero no el respeto que les es debido, el cual permanece para siempre. Este, en efecto, tiene su raíz en el temor de Dios, uno de los dones del Espíritu Santo.

  1. Responsabilidades para con los padres

El cuarto mandamiento recuerda a los hijos mayores de edad sus responsabilidades para con los padres. En la medida en que ellos pueden, deben prestarles ayuda material y moral en los años de vejez y durante sus enfermedades, y en momentos de soledad o de abatimiento. Jesús recuerda este deber de gratitud (cf Mc 7, 10-12).

«El Señor glorifica al padre en los hijos, y afirma el derecho de la madre sobre su prole. Quien honra a su padre expía sus pecados; como el que atesora es quien da gloria a su madre. Quien honra a su padre recibirá contento de sus hijos, y en el día de su oración será escuchado. Quien da gloria al padre vivirá largos días, obedece al Señor quien da sosiego a su madre» (Si 3, 2-6).

«Hijo, cuida de tu padre en su vejez, y en su vida no le causes tristeza. Aunque haya perdido la cabeza, sé indulgente, no le desprecies en la plenitud de tu vigor Como blasfemo es el que abandona a su padre, maldito del Señor quien irrita a su madre» (Si 3, 12-13.16).

Los cristianos están obligados a una especial gratitud para con aquellos de quienes recibieron el don de la fe, la gracia del bautismo y la vida en la Iglesia. Puede tratarse de los padres, de otros miembros de la familia, de los abuelos, de los pastores, de los catequistas, de otros maestros o amigos. “Evoco el recuerdo de la fe sincera que tú tienes, fe que arraigó primero en tu abuela Loida y en tu madre Eunice, y sé que también ha arraigado en ti” (2 Tm 1, 5).

  1. De qué modo se honra a los padres naturales.

Por lo tanto, debemos honrar a nuestros padres de manera que el honor que les tributamos provenga del amor y de lo íntimo de nuestro corazón, pues nada hay más grato para un padre que saber que es amado por sus hijos. Y esta honra se manifestará:

  • tratándolos honoríficamente (Gen. 41 43; 46 29; 47 7; III Rey. 2 19.);
  • pidiendo a Dios que bendiga cuanto hacen, que gocen de buena reputación en la sociedad, y que 353 sean muy gratos a Dios y a los Santos;
  • confiando nuestras resoluciones a su arbitrio y voluntad, escuchando sus consejos y obedeciendo a sus mandatos (Prov. 1 8-9; Ef. 6 1; Col. 3 20.);
  • imitando su honradez y buenas costumbres;

Hallándose José tan ensalzado que sólo le precedía el Rey en el solio real, recibió honoríficamente a su Padre cuando fue a Egipto. Y Salomón se levantó del trono para venerar a su Madre cuando entró a hablarle, y habiéndola hecho una gran reverencia, la asentó a su diestra en el solio real.

Porque los honramos también, cuando rendidamente pedimos a Dios que todo les suceda próspera y felizmente, que sean en gran manera amados y apreciados por los hombres, y muy agradables a Dios y a los Santos que están en el cielo.

Cuando arreglamos nuestros negocios según su beneplácito y voluntad. Como lo aconseja Salomón diciendo: “Oye, hijo mío, la doctrina de tu Padre, y no abandones la ley de tu Madre, para que sea aumento de gracia para tu cabeza y collar para tu cuello”. Semejante a esto son aquellas exhortaciones del Apóstol: “Hijos, obedeced a vuestros Padres en el Señor, porque esto es justo”.

Y en otra parte: “Hijos, obedeced en todo a vuestros padres, porque esto es muy del agrado de Dios”. Y se confirma con el ejemplo de varones santísimos. Porque Isaac, siendo atado por su padre, para sacrificarle, le obedeció con modestia y sin réplica. Y los Recabitas se abstuvieron perpetuamente de vino, por no discrepar jamás del consejo de su padre.

Asimismo, honramos a los padres, cuando imitamos sus buenas acciones y costumbres, pues es prueba grande de que los estimamos, procurar ser muy parecidos a ellos.

Y los honramos también, cuando no sólo les pedimos su consejo, sino que le seguimos.

  1. Cómo ha de socorrerse a los padres cuando se ven en necesidad.

En todo tiempo debemos tributar a los Padres estos oficios honrosos, mas nunca con mayor cuidado, que cuando están gravemente enfermos (Mt. 15 3-6.), no omitiendo nada referente a la confesión de los pecados y demás sacramentos que deben recibir los cristianos, alentándolos y ayudándolos con consejos, y excitándolos a esperar la gloria eterna y a fijar su mente totalmente en Dios;

Honramos, además, a los Padres, cuando les socorremos con lo necesario para su sustento y vestido, como se demuestra por el testimonio de Cristo, quien reprendiendo la impiedad de los Fariseos les dijo: “¿Y por qué vosotros traspasáis el mandamiento de Dios por vuestra tradición? Porque Dios dijo: Honra a tu Padre y a tu Madre. Y el que maldijere a su Padre y a su Madre, muera de muerte. Mas vosotros decís: toda ofrenda que yo hiciere a, Dios, aprovechará a ti también, sin honrar a su Padre ni a su Madre. Y así hicisteis nulo el mandamiento de Dios por vuestra tradición”.

  1. Mucho más en peligro de muerte.

Cuando se acerca la muerte, se ha de cuidar que los visiten con frecuencia personas piadosas y religiosas, que los fortalezcan en su debilidad, los ayuden con sus exhortaciones, y animándoles mucho los alienten con la esperanza de la inmortalidad, a fin de que apartando el pensamiento de las cosas humanas todo le pongan en Dios.

De este modo se conseguirá que fortalecidos con la felicísima ayuda de la Fe, Esperanza y Caridad, y con el escudo de la religión, juzguen que no sólo no ha de ser temida la muerte, pues es necesaria, sino que ha de ser deseada, como que nos abre la puerta de la eternidad.

  1. Como honraremos a los padres después de su muerte.

Por último, se honra a los padres, aun después de su muerte, celebrando sus funerales, haciéndoles exequias dignas y dándoles decorosa sepultura (Gen. 25, 35 y 50.), procurando se les celebren los sufragios y exequias que sean debidas, haciendo decir Misas por ellos y cumpliendo oportunamente todo lo que hubiesen dispuesto por testamento.

  1. Premios prometidos por Dios a los hijos obedientes a sus padres que cumplen este mandamiento.

“Para que se prolonguen tus días sobre la tierra que el Señor, tu Dios, te va a dar” (Ex 20, 12; Dt 5, 16). La observancia de este mandamiento procura, con los frutos espirituales, frutos temporales de paz y de prosperidad.

El premio prometido por el cumplimiento de este mandamiento es, además de la vida eterna y bienaventurada, el de una larga vida (Ex. 20 12.). En efecto, es justo que los que se mostraron agradecidos hacia aquellos que les dieron la vida, gocen de una mayor ancianidad.

El fruto muy grande que se saca de aquí, es vivir largo tiempo, pues son dignos de gozar por muchos años de aquel beneficio cuya memoria perpetua conservan. Pues como los que honran a sus Padres, corresponden agradecidos a los que les hicieron el beneficio de la luz y de la vida, es muy justo, que se alargue la suya hasta la mayor ancianidad.

Luego se ha de añadir una explicación clara de la promesa divina. Porque no sólo promete el Señor la vida eterna y bienaventurada, sino también el goce de esta temporal, como lo declara el Apóstol, cuando dice: “La piedad para todas las cosas aprovecha, porque tiene promesas de la vida presente y venidera”.

  1. Cuánto deba apreciarse esta promesa de vida prolongada.

Y no es pequeño ni para desechado este galardón de larga vida, aunque varones santísimos como Job, David y San Pablo, desearon la muerte, y también sea molesta la prolongación de esta vida a los que se ven en trabajos y grandes miserias. Porque aquellas palabras que se añaden: “Que tu Dios y Señor te dará”; no sólo prometen largos años de vida, sino también reposo, quietud y seguridad para bien vivir: paz, sosiego y salud para vivir rectamente (Deut. 5 16; Ef. 6 2-3.).

Pues en el Deuteronomio no dice solamente el Señor: “Para que vivas largo tiempo”, sino que añade: “Para que lo pases bien”. Lo cual fue después repetido por el Apóstol.

  1. Cómo consiguen estos premios los que honran a sus padres aunque mueran presto.

Decimos que consiguen estos bienes todos aquellos cuya piedad quiere premiar el Señor. Pues de otro modo no sería Su Majestad fiel y constante en su promesa, cuando algunas veces es más breve la vida de aquellos que fueron más piadosos para con sus padres.

Por ese motivo, Dios, sin faltar a su promesa, les hace gran beneficio en sacarlos de esta vida  y envía una muerte prematura a aquellos que honran a sus padres como es debido, cuando corren riesgo de que peligre su virtud o salvación:los saca entonces de esta vida para que la malicia o la mentira no seduzca sus almas, no mude su entendimiento, o la ficción engañe su alma (Sab. 4 11), antes que se extravíen del camino de la santidad y justicia.

O para preservarlos de los males y calamidades con que Dios castiga los tiempos perversos, cuando castiga su Majestad las maldades de los hombres, porque no sientan en tiempos tan tristes, amarguísimos llantos al ver las calamidades de sus parientes y amigos.

Por consiguiente, debe temerse muchísimo cuando ocurren muertes prematuras en varones justos, porque si amenaza alguna calamidad y perturbación de todas las cosas, son sacados del mundo para que se libren de la general calamidad de los tiempos: “Porque de delante de la malicia, dice el Profeta, es recogido el justo”1236.

  1. ¿Qué nos prohíbe el cuarto mandamiento?

El cuarto mandamiento nos prohíbe ofender a nuestro padres de palabra, de obra o de otro modo cualquiera.

  1. Castigos con que Dios amenaza a los infractores de este mandamiento.

A los hijos ingratos y perversos los amenaza Dios con pena de muerte y otros males y castigos tremendos (Ex. 21 17; Lev. 20 9; Prov. 19 26; 20 20; 30 17.). La no observancia de este mandamiento entraña grandes daños para las comunidades y las personas humanas.

       El Señor tiene preparadas gravísimas penas para los ingratos y rebeldes. Pues escrito está: “El que maldijere a su Padre o a. su Madre, muera, de muerte”. Y “El que aflige a su Padre, y huye de su Madre, será ignominioso y malaventurado”. Y: “El que maldice a su Padre o a su Madre, se apagará su antorcha en medio de las tinieblas”. Y en otra parte: “El que escarnece de su Padre, y menosprecia el parto de su Madre, sáquenle los ojos los cuervos de los arroyos, y cómansele los hijos del águila”.

De aquellos que injuriaron a sus Padres, leemos que contra muchos de ellos se enardeció la ira de Dios para castigarles. Porque no dejó sin castigo los agravios que padeció David de su hijo Absalón, sino que pagó las debidas penas muriendo atravesado con tres lanzas.

  1. Deberes de los padres hacia los hijos.
  2. Deberes para con los hijos.

1) Los padres tienen el deber de amar, alimentar y mantener a sus hijos, proveer a su educación religiosa y civil, darles buen ejemplo, alejarlos de las ocasiones de pecado, corregirlos de sus defectos y ayudarlos a abrazar el estado a que Dios los llama.

       Durante la infancia, el respeto y el afecto de los padres se traducen ante todo en el cuidado y la atención que consagran para educar a sus hijos, y para proveer a sus necesidades físicas y espirituales. En el transcurso del crecimiento, el mismo respeto y la misma dedicación llevan a los padres a enseñar a sus hijos a usar rectamente de su razón y de su libertad.

2)    La fecundidad del amor conyugal no se reduce a la sola procreación de los hijos, sino que debe extenderse también a su educación moral y a su formación espiritual. El papel de los padres en la educación “tiene tanto peso que, cuando falta, difícilmente puede suplirse”. El derecho y el deber de la educación son para los padres primordiales e inalienables.

3) Los padres deben mirar a sus hijos como a hijos de Dios y respetarlos como a personas humanas. Han de educar a sus hijos en el cumplimiento de la ley de Dios, mostrándose ellos mismos obedientes a la voluntad del Padre de los cielos.

4) Los padres son los primeros responsables de la educación de sus hijos. Testimonian esta responsabilidad ante todo por la creación de un hogar, donde la ternura, el perdón, el respeto, la fidelidad y el servicio desinteresado son norma.

5) La familia es un lugar apropiado para la educación de las virtudes. Esta requiere el aprendizaje de la abnegación, de un sano juicio, del dominio de sí, condiciones de toda libertad verdadera. Los padres han de enseñar a los hijos a subordinar las dimensiones “materiales e instintivas a las interiores y espirituales”. Es una grave responsabilidad para los padres dar buenos ejemplos a sus hijos.

6) Sabiendo guiarlos y corregirlos:     «El que ama a su hijo, le corrige sin cesar el que enseña a su hijo, sacará provecho de él» (Si 30, 1-2). «Padres, no exasperéis a vuestros hijos, sino formadlos más bien mediante la instrucción y la corrección según el Señor» (Ef 6, 4).

7) La familia constituye un medio natural para la iniciación del ser humano en la solidaridad y en las responsabilidades comunitarias. Los padres deben enseñar a los hijos a guardarse de los riesgos y las degradaciones que amenazan a las sociedades humanas.

8) Por la gracia del sacramento del matrimonio, los padres han recibido la responsabilidad y el privilegio de evangelizar a sus hijos. Desde su primera edad, deberán iniciarlos en los misterios de la fe, de los que ellos son para sus hijos los “primeros heraldos de la fe”. Desde su más tierna infancia, deben asociarlos a la vida de la Iglesia. La forma de vida en la familia puede alimentar las disposiciones afectivas que, durante toda la vida, serán auténticos cimientos y apoyos de una fe viva.

La educación en la fe por los padres debe comenzar desde la más tierna infancia. Esta educación se hace ya cuando los miembros de la familia se ayudan a crecer en la fe mediante el testimonio de una vida cristiana de acuerdo con el Evangelio. La catequesis familiar precede, acompaña y enriquece las otras formas de enseñanza de la fe. Los padres tienen la misión de enseñar a sus hijos a orar y a descubrir su vocación de hijos de Dios. La parroquia es la comunidad eucarística y el corazón de la vida litúrgica de las familias cristianas; es un lugar privilegiado para la catequesis de los niños y de los padres.

Los hijos, a su vez, contribuyen al crecimiento de sus padres en la santidad. Todos y cada uno deben otorgarse generosamente y sin cansarse el mutuo perdón exigido por las ofensas, las querellas, las injusticias y las omisiones. El afecto mutuo lo sugiere. La caridad de Cristo lo exige (cf Mt 18, 21-22; Lc 17, 4).

9) Los padres, como primeros responsables de la educación de sus hijos, tienen el derecho de elegir para ellos una escuela que corresponda a sus propias convicciones. Este derecho es fundamental. En cuanto sea posible, los padres tienen el deber de elegir las escuelas que mejor les ayuden en su tarea de educadores cristianos. Los poderes públicos tienen el deber de garantizar este derecho de los padres y de asegurar las condiciones reales de su ejercicio.

  1. Los padres deben respetar la vocación natural y sobrenatural de sus hijos.

Cuando llegan a la edad correspondiente, los hijos tienen el deber y el derecho de elegir su profesión y su estado de vida. Estas nuevas responsabilidades deberán asumirlas en una relación de confianza con sus padres, cuyo parecer y consejo pedirán y recibirán dócilmente. Los padres deben cuidar de no presionar a sus hijos ni en la elección de una profesión ni en la de su futuro cónyuge.

Esta indispensable prudencia no impide, sino al contrario, ayudar a los hijos con consejos juiciosos, particularmente cuando éstos se proponen fundar un hogar.

Hay quienes no se casan para poder cuidar a sus padres, o sus hermanos y hermanas, para dedicarse más exclusivamente a una profesión o por otros motivos dignos. Estas personas pueden contribuir grandemente al bien de la familia humana.

Los vínculos familiares, aunque son muy importantes, no son absolutos. A la par que el hijo crece hacia una madurez y autonomía humanas y espirituales, la vocación singular que viene de Dios se afirma con más claridad y fuerza. Los padres deben respetar esta llamada y favorecer la respuesta de sus hijos para seguirla. Es preciso convencerse de que la vocación primera del cristiano es seguir a Jesús (cf Mt 16, 25): “El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí” (Mt 10, 37).

Hacerse discípulo de Jesús es aceptar la invitación a pertenecer a la familia de Dios, a vivir en conformidad con su manera de vivir: “El que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, éste es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Mt 12, 49).

Los padres deben acoger y respetar con alegría y acción de gracias el llamamiento del Señor a uno de sus hijos para que le siga en la virginidad por el Reino, en la vida consagrada o en el ministerio sacerdotal.

  1. Obligaciones de los padres para hacerse dignos de ser honrados con el honor que Dios manda.

Así como los hijos deben honrar, obedecer y socorrer a sus padres, los padres también deben instruir a sus hijos en la religión y en costumbres santas, dándoles reglas perfectas de bien vivir, para que instruidos y formados según la religión, adoren a Dios santa y firmemente, según leemos lo hicieron los padres de Susana  (Dan. 13 2-3.).

1º Que se muestren ante sus hijos como maestros y modelos de virtud, de justicia, de templanza, de modestia y de santidad. [22]

2º Luego, que eviten tres cosas en que con frecuencia suelen faltar:

  1. a) que no traten a sus hijos ni les manden nada con excesiva aspereza, según la recomendación de San Pablo (Col. 3 ); pues hay el riesgo de que, por un excesivo temor, se hagan débiles y cobardes. Así lo ordena el Apóstol, diciendo en la Epístola a los Colosenses: “Padres, no provoquéis a indignación a vuestros hijos, para que no se hagan pusilánimes”. Porque si en todo temen, hay peligro de que sean de ánimo cobarde y menguado. Y así mándenles que huyan del rigor excesivo, y que prefieran corregir a vengarse de sus hijos.
  2. b) que los castiguen como conviene cuando han cometido alguna falta; pues muy frecuentemente se pervierten los hijos por la excesiva suavidad y condescendencia de sus padres (I Rey. 4 ); Además, si cometen alguna Culpa, siendo necesario el castigo y la reprensión, no les perdonen con demasiada condescendencia, pues muchas veces se pierden los hijos por la nimia blandura y facilidad de los padres. Y así amenácenlos con el ejemplo del Sumo Sacerdote Helí, quien fue castigado severísimamente por haber sido muy condescendiente con sus hijos
  3. c) por último, que no inculquen máximas perniciosas en la educación y enseñanza de sus hijos; pues muchos padres, al procurar únicamente riquezas y una ilustre herencia a sus hijos (Mt. 20 ), y al no cuidarse de su salvación eterna, con tal de que sean adinerados y opulentos, los empujan a la avaricia y a engrandecer los bienes materiales, y ponen sus almas en peligro de condenación eterna.
  4. No deben los Padres ser remisos ni codiciosos por dejar a sus hijos grandes riquezas.

Últimamente en la educación e instrucción de los hijos no se propongan fines torcidos, lo cual es muy feo. Porque muchos ni entienden ni atienden a otra cosa, que a dejarles dinero, riquezas y un patrimonio magnífico y opulento. Y los inclinan no a la religión, no a la virtud, no a los estudios de las buenas letras, sino a la avaricia y al aumento de la hacienda. Ni cuidan de la honra, ni de la salvación de sus hijos, con tal que sean ricos y acaudalados; ¿qué se puede decir ni pensar más vil ni más indigno?

De aquí es que dejan a los hijos, no tanto sus bienes cuanto sus maldades, y abominaciones, y les sirven de guía no para el cielo, sino para los tormentos, eternos del infierno.

Enseñe, pues, el Sacerdote a los Padres estas santas máximas, y muévales a seguir el ejemplo y la virtud de Tobías, para que después que hubieren educado perfectamente a sus hijos en el servicio de Dios y en santidad, recojan también frutos muy abundantes de amor, veneración y obediencia.

 

Tijuana, B.C. a 27 de julio de 2013.

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