De 1959 a 1964 en el Seminario Misional de Nuestra Señora de la Paz.

Mons. Dr. Isidro Puente Ochoa jr.

Ph.L., S..S.L., S.Th.Dr.

 

Agradezco al Sr. Don Rogelio Núñez Chaín la invitación a narrar algunos de mis recuerdos al cumplirse tres cuartos de siglo de haberse fundado el Seminario Misional de Nuestra Señora de la Paz el 8 de Diciembre de 1939. Mis recuerdos van en cierto desorden, salpicados tal vez de pimienta mordaz que quiere ser solamente sal, pero eso sí llenos de esperanza para el futuro de la Santa Madre Iglesia.

 

  1. Se entraba al Seminario a vacaciones.

 

Como Jesús en el Templo.

El Concilio de Trento fijaba la entrada al Seminario a los doce años de edad como la más apta para la preparación espiritual e intelectual de los candidatos al Sacerdocio. A esa edad entramos al Curso Previo un numeroso grupo (creo que cuarenta y seis) de adolescentes de la Baja California Norte (Mexicali, Tijuana, Tecate, Ensenada) con el deseo de ser un día Sacerdotes como los que veíamos y admirábamos y que nos atrajeron.

Algunos entraron ese año a Primero de Latín directamente, entre ellos el actual Señor Obispo de Toluca, Mons. Francisco Javier Chavolla a quien Dios guarde. De ellos no me ocupo sino tangencialmente.

Esa edad nos hace esponjas absorbentes en ciencia y piedad: pudimos aprender latín, griego, inglés, yo estudié algo de francés e italiano; estudiamos lo de secundaria y preparatoria y mucho más; nos preparamos para Filosofía y Teología y crecimos en un ambiente sagrado prácticamente toda nuestra vida.

La vocación viene desde el vientre de nuestra madre y es un sofisma engañoso el decir que el alumno ha de conocer lo que va a dejar antes de dejarlo: nosotros hicimos el regalo a Dios de nuestra vida en una entrega total y para siempre ¡y basta!

 

Vocaciones en vacaciones.

Pero no entramos a clases, sino a convivir con los más grandes, siempre del Seminario Menor únicamente, pues no convenía, ni conviene, la demasiada convivencia con los del Seminario Mayor a los recién entrados.

Recuerdo un año que los del Mayor con sus Superiores se hospedaron en los Búngalows de la playa, donde ahora está el muelle.

En cambio sí convenía, y conviene, llegar no a la disciplinada milicia de clases, sino a la placentera e inolvidable para siempre experiencia de vacaciones en una comunidad alegre, dinámica, generosa e intrépida como era el Seminario Menor a los escasos veinte años de su fundación.

Esos casi dos meses de gradual iniciación a la formación académica y espiritual se condimentaban con idas casi cotidianas a la playa limpia y casi solitaria o a jugar base-ball a Recursos Hidráulicos, donde después del juego tomábamos agua de las bombas que la sacaban limpia de los pozos, con paseos semanales cortos a Maneadero, a las aguas termales de San Carlos, al Cañón de Doña Petra, a los Tres Picos, desde donde se veía el Valle de Guadalupe, a la Isla de Todos Santos, a las rancherías de los alrededores, con fiestas de elección de Rey y Príncipes de vacaciones y con paseos largos a la Sierra Juárez, a la Misión de Santo Tomás, etc.

En el deporte, en las largas caminatas y subiendo cerros se forjaban los caracteres viriles “que California a Cristo entregarán”, como cantábamos pidiendo “temple de acero” a la Santísima Virgen, Reina de la Paz. No eran desconocidos, pero salían inmediatamente los que no iban a tenerlo.

 

Calendario romano.

Entramos en Septiembre, de vacaciones (escolares, que comenzaban en Junio) a vacaciones en comunidad que terminaban a mediados de Octubre, por el calendario escolar, se decía, que seguían en el Distrito Federal nuestros maestros, los Fréres Misioneros del Espíritu Santo. Ahora creo que también por el calendario romano donde las clases se iniciaban a mediados de Octubre en las Universidades Pontificias.

Sapiente medida y pedagógico método de iniciación a la vida consagrada. Seguíamos la tradición romana de descansar el Jueves, día de Asueto, y no el Sábado.

Recuerdo nuestra despedida a los dos Fréres, Antillón y otro, que se fueron a España a fundar en Calahorra, Logroño la primera casa de los Misioneros del Espíritu Santo. En Ensenada eran las bienvenidas y despedidas con fiestas que siempre recordamos y en las que a veces fabricábamos globos de papel de China con estopa encendida que volaban altísimos y también había cohetes.

 

  1. Las dos primeras casas del Seminario.

 

La fundación.

En Ensenada hubo una primera casa, donde se fundó el Seminario, casa obsequiada generosamente (en 1939) por la familia Aldrete, donde ahora está el Convento de las Hijas del Espíritu Santo, a donde alguna vez fuimos de paseo y nos regalaron con riquísima sandía las Madres.

Cuando a los pocos meses el gobierno mandó cerrar el Colegio Católico de las Madres (Colegio México, que aún existe) y el Seminario, entonces el padre Gregorio Alfaro con los seminaristas fundadores se fueron a esconder a la Misión de Santo Tomás, a una segunda casa de adobe, que rentaron y que se veía todavía hace algunos años a la derecha de la carretera, yendo hacia el sur; creo que se fue destruyendo poco a poco. Ahí los Seminaristas tuvieron su primea casa de vacaciones, pero los granjeros les cobraron la fruta que comían al ir de paseo.

 

Los fundadores y defensores.

Narra en sus memorias nuestro padre Máximo que hasta ahí fueron los policías y que quisieron golpear al padre Gregorio Alfaro, pero que entonces los seminaristas con palos amenazaron a los policías e hicieron que se retiraran.

Contaba el padre Máximo que Monseñor Torres fue a la Ciudad de México y habló con el Presidente de la República y le hizo ver que los niños mexicanos se iban a estudiar a Estados Unidos (San Ysidro Academy, Saint Augustin High School, Our Lady of Peace, San Diego College for Girls, Academy of Annaheim) por falta de escuelas y que allá aprendían a honrar la Bandera americana y a cantar su Himno nacional. Nos decía que en ese mismo momento el Presidente Manuel Ávila Camacho por teléfono cesó al gobernante que había ordenado el cierre y la persecución.

 

Tal vez a eso obedezca el nombre de Colegio México de ese primero en Ensenada y del segundo en Tijuana en la Colonia Altamira que inició con ese nombre, ahora Sagrada Familia, donde yo hice la Primera Comunión y el primero y segundo de Primaria.

 

Monseñor Torres.

En esos años nunca pudimos conocer a Monseñor Felipe Torres Hurtado MSpS, Prefecto Apostólico de la Baja California desde Cabo San Lucas a San Isidro en la línea divisoria con Estados Unidos de Norteamérica, pero lo admirábamos por su heroica labor prácticamente solo y sin apoyos. Hombre preparado y decidido, verdadero fundador de instituciones que perduran hoy.

Sabíamos que sufrió mucho y que había fundado Religiosas aquí y en Saltillo, Coahuila, donde residía como Vicario General: nadie nos decía más. Al parecer hubo dificultades aún con su Comunidad. No entregó personalmente la Prefectura a Mons. Galindo.

 

Tres minoristas de Veracruz.

Nunca nadie nos habló tampoco de los tres seminaristas, luego sacerdotes que habían venido a petición de Monseñor Torres y enviados por Monseñor Pío López desde la Diócesis de Veracruz (luego Arquidiócesis de Jalapa) a fundar el Seminario, pero que no llegaron el 8 de Diciembre, día de la fotografía de la fundación, sino un mes después.

Eran el futuro padre Máximo García Martínez junto con Jesús Valverde y Antonio Domínguez. Ellos fueron los primeros “maestrillos” y el minorista Máximo fue el primer Prefecto de Disciplina.

Venían para el Seminario y al quitarlos después de ahí en 1943, el padre Jesús Valverde volvió a su diócesis de Veracruz. Los padres Máximo y Antonio fueron mandados a Mexicali uno y el padre Antonio a Santa Rosalía desde donde en avioneta venía a veces a ver al padre Máximo.

 

  1. La tercera casa.

 

Casa Presidencial.          

Entramos en 1959 al edificio de adobe y ladrillo que era la antigua finca de don Abelardo L. Rodríguez (ex presidente interino de la República Mexicana), donde un tiempo estaban lo que ahora son las Bodegas de Santo Tomás, compañía vinícola, heredera de los viñedos misionales de los Padres Dominicos.

Don Abelardo tenía su casa (ahora rentada para escuelas) en El Sauzal, decorada con frescos de caballería y con una nutrida biblioteca que esperemos no esté despilfarrada ya junto con sus archivos que inútilmente he pedido a la familia para la biblioteca de mis Religiosas.

 

La madre Jesusita.

Una hermana del General Abelardo fue la Madre Catalina de Jesús, a quien fue a buscar dos veces a La Mesa, California, Estados Unidos Monseñor Felipe Torres Hurtado para que le ayudara a fundar las que hoy son Misioneras Franciscanas de Nuestra Señora de la Paz. Ella y sus Hijas Religiosas, que me prepararon a la Primera Comunión y despertaron en mí la vocación, consiguieron la gracia de la conversión y perseverancia final del General en la hora de su muerte (se dice que fue el padre Miguel Valdés Sánchez a confesarlo y darle los Santos Óleos).

Toda su vida, hasta no poder ya físicamente, el padre Gregorio Alfaro se dedicó a formar a esas Misioneras que llenaron apostólicamente todo el territorio misional, todos los ejidos y colonias con inmenso fruto.

 

Nuestra Señora Reina de la Paz.

En esos años la paz era el tema (rugía la Segunda Guerra Mundial) y título del primer Colegio católico de Tijuana, de la primera Congregación Religiosa fundada en estas tierras y del primer Seminario.

Esa finca fue transformada en  Seminario Misional de Nuestra Señora de la Paz, estoy casi seguro que en 1943 (narraba el padre Máximo García Martínez que fue a fumigarla la noche de Navidad de ese año y que encontró todavía grandes montones de semilla de uva), como tercera sede.

Sin embargo, una vez trasladado el Seminario a Tijuana (por 1946), este Seminario Mayor y Menor fue convertido en Casa de Vacaciones.

 

Vicariato Apostólico.

En 1949 la Prefectura Apostólica se dividió, quedando el Sur para los Misioneros Combonianos con Monseñor Giordani (a quien conocimos alguna vez que nos visitó) y el Norte como Vicariato Apostólico para Monseñor Alfredo Galindo y Mendoza que llegó (ya ordenado Obispo el 22 de Enero de 1949 en la Iglesia de San Felipe de Jesús en la Ciudad de México).

A Ensenada en estos últimos cuatro periodos de vacaciones nos hacían la comida unas generosas Señoras, a más de ciento veinte voraces jovencitos de doce a dieciséis años de edad. La ropa se mandaba a lavar a Tijuana y para algunos nuestra familia la recogía cada semana.

 

  1. La finca de Don Abelardo.

 

El Refectorio.        

La casa era amplia con un antiguo corredor o salón muy largo, donde estaba el comedor (sesenta alumnos en cada lado), que era a la vez salón de actos, de talleres y oficios y de clases. Recuerdo al Frére Romito que nos enseñaba encuadernación ahí; leíamos las aventuras en libros de Emilio Salgari, jugábamos (yo por primera vez) al ajedrez y a las damas chinas.

Ahí eran los discursos de propaganda para las elecciones a Rey de vacaciones y ahí las “chorchas” o fiestas literario musicales cuando venía el Señor Obispo o dábamos la bienvenida a los nuevos Fréres.

 

El histórico vestíbulo que queda todavía.

Al frente en medio hay un porche o vestíbulo que sirvió de marco a fotografías de caudillos revolucionarios en una serie televisiva, pues la revolución desemboca en los del norte: Obregón, Calles, Abelardo.

Ese vestíbulo era nuestro punto de reunión y meta de carreras de bicicleta. Es lo único que queda de toda esa vieja construcción en el actual Monasterio de las Religiosas Adoratrices Perpetuas del Santísimo Sacramento en el reducido terreno que les quedó.

Ahí recibíamos al Señor Obispo a su llegada y a los padres que nos visitaban: todos acudíamos, pues eran muy pocos los padres que había, y todos los saludábamos besándoles la mano. Toda visita era motivo de fiesta y regocijo y a veces de golosinas y meriendas, como cuando nuestros familiares nos traían de Tijuana bolsas enormes de pan dulce de “La Victoria” (ahora Panadería La Mejor).

 

Otras dependencias.

El muro interno de ese corredor servía de sostén al parteaguas y a su espalda la cocina, la ropería, el pasillo central que comunicaba con el vestíbulo mencionado, la tiendita interna y luego varios pequeños cuartos que eran las celdas de los superiores y enfermería al lado de un grande árbol.

En un paseo a la Sierra Juárez me ampollé un tobillo y tuve que sufrir operación doméstica de parte del Frére enfermero, el Frére Reinoso ayudado del Frére Romito y compañeros. Rafael “Paleto” (su papá tenía paletería en Ensenada y nos regalaba siempre) Hernández me mordió una mano para que no me doliera el pie y funcionó el truco. Recuerdo ese cuartito donde estuve en cama y después lo vi transformado en provisional locutorio de las Adoratrices en los años setenta.

 

Anexos.

Al extremo opuesto de la cocina estaba un salón y creo que ese año de 1959 o el anterior se estrenaba la nueva capilla hecha de bloques (de los antiguos, más bajos que los actuales) sin emplastar, pero con muy buen gusto litúrgico en que descollaron siempre los Misioneros del Espíritu Santo. Las bancas eran de tablones. Ahí aprendimos muchos cantos en latín, otros en castellano: había un folleto grueso de cantos con la pura letra y entre misterio y misterio del Santo Rosario cantábamos mucho. Ya en Tijuana por Navidad teníamos otro cuaderno de cantos navideños numerosísimos que hacían inolvidables las Posadas y ese tiempo litúrgico.

La capilla y los ambientes atrás del corredor formaban ángulo recto y enmarcaban con la torre de madera con tanque de agua encima y los lavaderos y duchas externas, siempre bien cerradas e individuales al otro extremo formando casi un claustro interno con vistas al arrollo seco abajo y a la sierra en lontananza.

Abajo los alumnos de un curso anterior al nuestro, o los miembros de la Congregación Mariana habían construido una ermita a la Santísima Virgen.

Me impresionó siempre la limpieza escrupulosa y bien vigilada de todo el Seminario. El orden lo formulaban nuestros formadores así: un lugar para cada cosa y cada cosa en su lugar, un tiempo para cada cosa y cada cosa a su tiempo.

 

  1. Las hectáreas perdidas.

 

Terreno grande.

Los alrededores estaban todavía desiertos en aquellos años. Al lado Este había sembradíos cercados de olivos y contra esquina nuestra una fábrica de envases de hoja de lata para la pescadería. Ya no había vides (que al decir del padre Máximo, un padre mandó arrancar para sembrar maíz), sino un campo de foot-ball donde aprendí a jugar.

Por el lado Norte, el del frente, y debajo de un pequeño paredón había una tenería donde llegamos a ver que trabajaban los cueros de res. El terreno era de varias hectáreas, sin cerco y se llegaba a la casa por el lado Oeste, en subida, de manera que desde lejos veíamos cuando venía alguna visita.

Con tristeza recuerdo cómo en las poquísimas veces que me tocó regresar años después todo estaba descuidado y en deterioro progresivo hasta la pérdida casi total de aquel patrimonio. Todo se perdió en la incuria y culpa de los años y tal vez de laicos que según se rumoreaba hasta fueron castigados por Monseñor Alfredo Galindo Mendoza con penas eclesiásticas.

 

Pérdida grande.

Así se entiende lo que significa tutela y curatela en Derecho Romano y Cura en Canónico: cuidar de una persona moral que se equipara a los menores porque no puede defenderse por sí misma y necesita tutelarse, es decir, defenderse, por curadores o curas, que aquí fallaron, esperemos, excusablemente.

Recuerdo que se hablaba en aquel entonces de comprar varias hectáreas de riego en el Valle de  Mexicali (que pertenecía todavía a nosotros) para con su ganancia mantener todo el Seminario y que fuera el Fondo o Beneficio para becar a todos y cada uno de los alumnos. Sueños que debido a tanto cambio nunca pudieron concretarse.

Pienso por un lado en las penurias de tantos seminaristas en el mundo entero que no tienen para pagarse sus estudios y por otro lado recuerdo el Seminario de Tehuacán, Puebla donde el Obispo afirmaba sostenerlo totalmente con la ganancia de granjas de gallinas.

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